Cada vez que me miras a los ojos siento como el mundo se hunde detrás de mí.
Cuando oigo en la distancia y veo como las lágrimas caen de tus ojos sin poder remediarlo es cuando me siento una mierda por dentro, por no poder evitar todo esto que está pasando.
Cuando en medio de la noche me despierto al oír tu ensordecedor grito pidiendo ayuda, un grito que nadie, ni siquiera él puede callar.
Cuando pienso en todo el dolor que llevas dentro y que no puedes sacar, es el momento propicio para sentirme como una mierda por dentro.
El día que te conocí no todo era alegría; había en todas nosotras un sentimiento de frustración que, aunque intentábamos ocultar, no hacía más que salir a la superficie, estropeando nuestro encuentro. Y ahora, que vuelves a llorar no estoy yo para secar tu rostro.
Lo triste es que, aunque abras tu mente y tu corazón para mí, no puedo saber todo lo que pasa por tu mente, lo que piensas a cada instante y lo que sientes cuando te digo como he pasado el día.
A pesar de todo, y aunque duele, te levantas, para, al segundo y por fuerza de alguien que no ves, volver a caer. Y ríes, cuando recuerdas esos estúpidos pensamientos que invadieron tu mente un día, eso que te decía que todo era fácil y que, al final, se rompió, como todo en lo que has creído.
Y ahora, después de todo lo que ha pasado, no hay nada, ni una pequeña parte del mundo que te de una razón para volver a levantarte, que te ayude a reír, como hiciste la última vez que te vi; aquella vez que, a pesar del dolor que causó el adiós, no te permitiste caer ni una vez, y eso es lo que me ayudó a mí a seguir viva durante un tiempo más.
En este momento, en que tu corazón está destrozado de dolor, en que ni yo, por mucho esfuerzo que haga, puedo sacar una sonrisa de ti.
Ahora nadie cuenta tus lágrimas, llevan ahí tanto tiempo que pasan desapercibidas para el resto de la gente, esa gente que está a tu lado y que no sabe lo que daría yo por estar en su lugar; esa gente estúpida que desaprovecha la oportunidad de sacar de ti todo lo que llevas dentro para mostrar y que no te atreves a enseñar por el miedo.
Y poco a poco, aunque duele mucho, te propones seguir tu camino, por que, al fin y al cabo, es lo que alguien, no se sabe quien, ha decidido que debes vivir; por lo tanto, dado que quejarse no sirve de nada, sacas fuerzas de donde no las hay para intentar, por todos los medios, llegar a ser esa persona que, desde un principio, desde que has nacido, desiste que un día llegarías a ser. Es más fácil rendirse, eso está claro, pero, aunque no te lo creas, eres fuerte para seguir adelante, y sé que todo eso que te has propuesto llegar a ser puedes conseguirlo, sé que puedo hacerlo hasta yo, así que imagínate.
Sabes que, si te lo propones puedes conseguir todo lo que quieras, eso es lo que adoro de ti, y lo que me ayuda a no decaer cuando me siento mal.
Si tú caes, yo caigo, lo sabes. Para siempre. Te quiero.
viernes, 30 de enero de 2009
domingo, 25 de enero de 2009
25.01.09
Oscuro. Todo oscuro. De nuevo sola ante todo. Sola ante la vida, las experiencias, las decepciones.. sobre todo las decepciones.
Una y otra vez tropiezas con la misma piedra, la maldita no cambia de sitio en ningún momento. Sin cesar aguantas todos y cada uno de esos tropezones, siempre pensando que, al final, algo saldrá bien, pero luego te das cuenta de que no es cierto, estás cansada de que siempre pase lo mismo, no puedes más y al final te derrumbas.
Las lágrimas brotan sin cesar y no haces nada por evitar que salgan, te duelen los ojos. En silencio, sola, como cada día lloras, nadie seca tus lágrimas que siguen derramándose sin dejarte un segundo para poder secar tu rostro.
Y yo, impotente, no puedo hacer nada. No puedo más que tranquilizar tu atormentada mente y tu maltrecho corazón. Jamás en mi vida me sentí tan insignificante, tan poca cosa y tan inservible.
Y lo que más lamento es que, aunque quiera hacer algo, ir y secar tus lágrimas e impedir, por escasos momentos que llores de nuevo, ayudarte a reír o simplemente estar ahí, no puedo, eso es lo que más rabia me da, que no puedo hacer nada, absolutamente nada por evitar tu sufrimiento. Aún así, y aunque la verdad es que no me consuela, sé que sabes que siempre estaré a tu lado, esperando oír tu grito ensordecedor para, como siempre he hecho desde el día que te vi por vez primera, que te desahogues e intentar, sin conseguirlo, curar tus heridas.
Por que tú sabes quien eres, sabes lo que quieres, y estoy segura de que, aunque a veces tengas bajones, nunca dejarás de creer, nunca dejarás de intentar conseguir lo que crees que es justo, lo que de verdad mereces. Y por eso te quiero, por que por muchas veces que pataleaste de rabia, por muchas veces que hayas llorado, por muchas veces que hayas pensado “a la mierda con todo” sigues ahí, al pie del cañón, entregando tu día a día a personas que no saben lo afortunadas que son de tener detrás de ellos a alguien como tú, personas que, estoy segura, un día se darán cuenta de todo lo que has hecho y te recompensarán, y sé de que ese día estaré contigo, pero ¿sabes que te digo? A mí no me hace falta que nadie me diga todo lo que vales, por unas cosas o por otras.. Tu valor ya me lo has demostrado con creces, y eso es lo que cuenta.
Una y otra vez tropiezas con la misma piedra, la maldita no cambia de sitio en ningún momento. Sin cesar aguantas todos y cada uno de esos tropezones, siempre pensando que, al final, algo saldrá bien, pero luego te das cuenta de que no es cierto, estás cansada de que siempre pase lo mismo, no puedes más y al final te derrumbas.
Las lágrimas brotan sin cesar y no haces nada por evitar que salgan, te duelen los ojos. En silencio, sola, como cada día lloras, nadie seca tus lágrimas que siguen derramándose sin dejarte un segundo para poder secar tu rostro.
Y yo, impotente, no puedo hacer nada. No puedo más que tranquilizar tu atormentada mente y tu maltrecho corazón. Jamás en mi vida me sentí tan insignificante, tan poca cosa y tan inservible.
Y lo que más lamento es que, aunque quiera hacer algo, ir y secar tus lágrimas e impedir, por escasos momentos que llores de nuevo, ayudarte a reír o simplemente estar ahí, no puedo, eso es lo que más rabia me da, que no puedo hacer nada, absolutamente nada por evitar tu sufrimiento. Aún así, y aunque la verdad es que no me consuela, sé que sabes que siempre estaré a tu lado, esperando oír tu grito ensordecedor para, como siempre he hecho desde el día que te vi por vez primera, que te desahogues e intentar, sin conseguirlo, curar tus heridas.
Por que tú sabes quien eres, sabes lo que quieres, y estoy segura de que, aunque a veces tengas bajones, nunca dejarás de creer, nunca dejarás de intentar conseguir lo que crees que es justo, lo que de verdad mereces. Y por eso te quiero, por que por muchas veces que pataleaste de rabia, por muchas veces que hayas llorado, por muchas veces que hayas pensado “a la mierda con todo” sigues ahí, al pie del cañón, entregando tu día a día a personas que no saben lo afortunadas que son de tener detrás de ellos a alguien como tú, personas que, estoy segura, un día se darán cuenta de todo lo que has hecho y te recompensarán, y sé de que ese día estaré contigo, pero ¿sabes que te digo? A mí no me hace falta que nadie me diga todo lo que vales, por unas cosas o por otras.. Tu valor ya me lo has demostrado con creces, y eso es lo que cuenta.
jueves, 22 de enero de 2009
22.01.09
Por muchos sueños que tengas, siempre hay alguno que no es tan irreal como los otros, uno que puede llegar ha crearse de verdad, y que, al contrario que los otros, solo implica un pequeño esfuerzo. Y cuando lo tienes, cuando cada vez lo ves más cerca, más posible, cuando después de tanto tiempo lo ves tan claro que casi puedes tocarlo con la punta de los dedos, siempre, SIEMPRE, hay algo o alguien que hace que todo se desmorone, que hace que, incluso los deseos más reales, fracasen.
Es muy triste el que esa persona que te hunde por un motivo que no logras comprender, está contigo un día tras otro, y no puedes hacer nada salvo llorar y maldecir en silencio a esa persona que, consciente del daño que causa, ha hecho que todo se derrumbe de nuevo, e incluso esos sueños que eran posibles se tuerzan, simplemente por que no le apetece verte feliz, por que prefiere que estés triste y mal, para poder así manejarte a su antojo, como un títere que no sabe donde va. Eso es lo más triste, la indiferencia que muestran algunas personas en cuanto a los sentimientos de los demás se refiere.
Es muy triste el que esa persona que te hunde por un motivo que no logras comprender, está contigo un día tras otro, y no puedes hacer nada salvo llorar y maldecir en silencio a esa persona que, consciente del daño que causa, ha hecho que todo se derrumbe de nuevo, e incluso esos sueños que eran posibles se tuerzan, simplemente por que no le apetece verte feliz, por que prefiere que estés triste y mal, para poder así manejarte a su antojo, como un títere que no sabe donde va. Eso es lo más triste, la indiferencia que muestran algunas personas en cuanto a los sentimientos de los demás se refiere.
martes, 20 de enero de 2009
09/01/09
No entiendo aún como no te has dado cuenta de que no me importas, de que si desaparecieras me daría igual. No hago más que tratarte de malos modos, no te hablo y ni te miro, pero tú no entiendes nada, lo único que te importa es que después de tu desgracia acudí a curarte las heridas, hice que todos tus males desaparecieran, pero no es justo; yo también tengo problemas, también necesito cosas que no tengo y que, dado que no me dejas, jamás podré conseguir. Necesito seguridad en mí misma, necesito no tener que ocultar lo que siento ni lo que quiero, y eso es algo que contigo no consigo.
No puedo decir lo que pienso por que no me dejas, no puedo hacer lo que quiero por que te enfadas, no entiendes que, en este momento de mi vida en el que más insegura, más odiosa, más desesperada, fuera de lugar y pero me siento, tú me quitas la poca libertad que he intentado y, a duras penas, conseguido tener.
Necesito sentirme persona, sentirme viva y aceptada, sea cual sea mi condición, y aunque no te lo creas, me estás limitando; como hay cosas de mí que no te gustan intentas cambiarme, para lo que tú crees que es mejor, y aunque eso a mí me duele, en lo único en lo que piensas es que, por fin, tendrás a quien siempre has esperado a tu lado, y no es justo, por que yo no te quiero, y no puedes obligarme a sentir cosas que, por más que intentes, no voy a conseguir sentir.
No piensas en lo que yo necesito, únicamente en que tu soledad se acabará, y ¿sabes qué? que tendrás que sentirte sola más veces, tendrás que olvidar y pensar en otra cosa, por que no voy a estar contigo siempre. Es algo que, aunque quieras no puedes evitar, es mi elección, y aunque sé que te va a doler, sé que te enfadarás, necesito vivir como siempre lo he hecho, sin darle cuentas a nadie, sin tener que pensar en el bienestar de otras personas, simplemente en el mío, y ten claro que, cuando todo esto pase, cuando yo me vaya, será para no volver.
No puedo decir lo que pienso por que no me dejas, no puedo hacer lo que quiero por que te enfadas, no entiendes que, en este momento de mi vida en el que más insegura, más odiosa, más desesperada, fuera de lugar y pero me siento, tú me quitas la poca libertad que he intentado y, a duras penas, conseguido tener.
Necesito sentirme persona, sentirme viva y aceptada, sea cual sea mi condición, y aunque no te lo creas, me estás limitando; como hay cosas de mí que no te gustan intentas cambiarme, para lo que tú crees que es mejor, y aunque eso a mí me duele, en lo único en lo que piensas es que, por fin, tendrás a quien siempre has esperado a tu lado, y no es justo, por que yo no te quiero, y no puedes obligarme a sentir cosas que, por más que intentes, no voy a conseguir sentir.
No piensas en lo que yo necesito, únicamente en que tu soledad se acabará, y ¿sabes qué? que tendrás que sentirte sola más veces, tendrás que olvidar y pensar en otra cosa, por que no voy a estar contigo siempre. Es algo que, aunque quieras no puedes evitar, es mi elección, y aunque sé que te va a doler, sé que te enfadarás, necesito vivir como siempre lo he hecho, sin darle cuentas a nadie, sin tener que pensar en el bienestar de otras personas, simplemente en el mío, y ten claro que, cuando todo esto pase, cuando yo me vaya, será para no volver.
miércoles, 7 de enero de 2009
Walk away
La canción "Walk away" de Aloha from hell me inspiró para escribir esto.
No había pegado ojo en toda la noche desde nuestra conversación y desde que te marchaste al cuarto de al lado.
La luz de la mañana entra en la habitación a través de los ventanales.
Las largas cortinas se mueven delicadamente, las observo mientras pienso en todas esas cosa que te dije.
Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar cómo empalidecías poco a poco, con cada palabra que salía de mi boca.
Sé que hice mal, que no debí dejarte que pensaras de mí de manera equivocada, pero eras feliz, estabas feliz, después de tanto tiempo, sonreías, no me veía capaz de quitarte esa ilusión, aunque sabía que, a la larga, sería peor.
Una gruesa y silenciosa lágrima cae por mi rostro, pero la seco nada más desprenderse de mis pestañas. No puedo ser débil ahora. Ahora que al fin todo te lo dejé claro, no puedo rendirme.
No sabes el daño que me hace haberte causado tanta desgracia en tan poco tiempo, te dije que te quería aunque no lo sintiera así, sé que fue un error, un error que ahora estoy pagando, aunque ni siquiera lo sabes.
Me invade la tristeza al recordar tu hermosa cara contraerse por el dolor otra vez, tus claros ojos azules enrojecerse de nuevo.
El pensar que antes, yo era la que evitaba todo esto y ahora lo estoy causando, es lo que no me deja vivir.
Durante tres meses viví engañándote y engañándome a mi misma.
Siempre albergaba la esperanza de que tarde o temprano te querría, pero no, jamás pude pensar en ti como eso, aunque a ti te lo hice creer.
Me levanto de la cama y me dirijo al baño contiguo directamente para darme una ducha bien fría.
El avión sale en tres horas y debo estar dos horas antes en el aeropuerto, y aún no he terminado de recoger mis cosas.
Tras la ducha, me vestí y me dispuse a recoger las cosas que quedaban desperdigadas por el cuatro de baño para cerrar definitivamente mi maleta.
A los quince minutos abrí lentamente la puerta del dormitorio para evitar despertarte, aunque supuse que habrías dormido lo mismo o menos que yo.
Durante una fracción de segundo me planteé llamar a tu puerta para decirte adiós, pero después de lo que te había hecho, decidí que sería mejor dejarlo estar, ya llamaría cuando se me calmara el coco.
Bajé silenciosamente las escaleras de la casa, con la pesada maleta al hombro. Fui hasta la puerta para dejar en la entrada mi equipaje y me dirigí a la cocina con intención de coger una manzana para comérmela en el taxi. Las lágrimas volvían a mis ojos, me escocían aunque no hacía más que restregar mis dañados ojos por el esfuerzo de mantener las lágrimas dentro de mí el mayor tiempo posible.
Una vez más, tu presencia desbarató mis ideas e hizo que olvidara para que había ido a la cocina.
Estabas en la mesa, se encontraba en medio de la amplia estancia. Te encontrabas sentado de espaldas a mí, pero sabías que estaba, pues te pusiste rígido cuando oíste cómo se agitó mi respiración al encontrarte allí.
Intenté mantener la poca dignidad que me quedaba y me encaminé hacia el frutero, que reposaba delante de ti, sobre la mesa.
Dando lentos y dubitativos pasos me situé detrás de ti; tuve el impulso de acariciarte el cuello, como tantas otras veces, como cuando te calmaba, pero no me veía capaz del todo, además sería peor, después de lo que había hecho debía mantener las distancias.
Rodeé la mesa y me puse delante de ti, sin atreverme a mirarte a la cara. Agarré una manzana con la mano y con paso ligero salí de la habitación.
Ya en la puerta, me abroché el abrigo, puse una mano en el pomo de la puerta y, cuando me disponía a agarrar con la otra mano el asa de mi maleta, tus dedos se amarraron con dulzura a mi muñeca y con un gesto, me obligaste a mirarte a la cara y lo que vi me destrozó por completo.
En tu rostro no había ni rastro del chico que conocí hacía tanto tiempo.
Tu cara estaba contraída de dolor, tus ojos habían perdido el brillo que habían tenido apenas doce horas antes, tus labios estaban apretados formando una fina línea.
Con un hilo de voz susurraste.
-Por favor, tú no.. – tu voz se resquebrajó por completo y las lágrimas surcaban a sus anchas por tu cara.
-Lo siento David, lo siento mucho. No puedo engañarte más. Lo siento.
Me solté de tu mano y agarré mi pesada bolsa. Abrí la puerta de la calle. El frío viento de invierno me golpeó en la cara, pero le hice frente. Salí con paso decidido, intentando no derramar ni una sola lágrima delante de ti.
Tus palabras me helaron.
-Te quiero – susurrase de nuevo y, con un portazo, volviste dentro de la casa.
En ese momento me derrumbé del todo. Comencé a llorar sin descanso, controlando mis sollozos, intentando que no llegaran a tus oídos.
-Yo también.
No había pegado ojo en toda la noche desde nuestra conversación y desde que te marchaste al cuarto de al lado.
La luz de la mañana entra en la habitación a través de los ventanales.
Las largas cortinas se mueven delicadamente, las observo mientras pienso en todas esas cosa que te dije.
Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar cómo empalidecías poco a poco, con cada palabra que salía de mi boca.
Sé que hice mal, que no debí dejarte que pensaras de mí de manera equivocada, pero eras feliz, estabas feliz, después de tanto tiempo, sonreías, no me veía capaz de quitarte esa ilusión, aunque sabía que, a la larga, sería peor.
Una gruesa y silenciosa lágrima cae por mi rostro, pero la seco nada más desprenderse de mis pestañas. No puedo ser débil ahora. Ahora que al fin todo te lo dejé claro, no puedo rendirme.
No sabes el daño que me hace haberte causado tanta desgracia en tan poco tiempo, te dije que te quería aunque no lo sintiera así, sé que fue un error, un error que ahora estoy pagando, aunque ni siquiera lo sabes.
Me invade la tristeza al recordar tu hermosa cara contraerse por el dolor otra vez, tus claros ojos azules enrojecerse de nuevo.
El pensar que antes, yo era la que evitaba todo esto y ahora lo estoy causando, es lo que no me deja vivir.
Durante tres meses viví engañándote y engañándome a mi misma.
Siempre albergaba la esperanza de que tarde o temprano te querría, pero no, jamás pude pensar en ti como eso, aunque a ti te lo hice creer.
Me levanto de la cama y me dirijo al baño contiguo directamente para darme una ducha bien fría.
El avión sale en tres horas y debo estar dos horas antes en el aeropuerto, y aún no he terminado de recoger mis cosas.
Tras la ducha, me vestí y me dispuse a recoger las cosas que quedaban desperdigadas por el cuatro de baño para cerrar definitivamente mi maleta.
A los quince minutos abrí lentamente la puerta del dormitorio para evitar despertarte, aunque supuse que habrías dormido lo mismo o menos que yo.
Durante una fracción de segundo me planteé llamar a tu puerta para decirte adiós, pero después de lo que te había hecho, decidí que sería mejor dejarlo estar, ya llamaría cuando se me calmara el coco.
Bajé silenciosamente las escaleras de la casa, con la pesada maleta al hombro. Fui hasta la puerta para dejar en la entrada mi equipaje y me dirigí a la cocina con intención de coger una manzana para comérmela en el taxi. Las lágrimas volvían a mis ojos, me escocían aunque no hacía más que restregar mis dañados ojos por el esfuerzo de mantener las lágrimas dentro de mí el mayor tiempo posible.
Una vez más, tu presencia desbarató mis ideas e hizo que olvidara para que había ido a la cocina.
Estabas en la mesa, se encontraba en medio de la amplia estancia. Te encontrabas sentado de espaldas a mí, pero sabías que estaba, pues te pusiste rígido cuando oíste cómo se agitó mi respiración al encontrarte allí.
Intenté mantener la poca dignidad que me quedaba y me encaminé hacia el frutero, que reposaba delante de ti, sobre la mesa.
Dando lentos y dubitativos pasos me situé detrás de ti; tuve el impulso de acariciarte el cuello, como tantas otras veces, como cuando te calmaba, pero no me veía capaz del todo, además sería peor, después de lo que había hecho debía mantener las distancias.
Rodeé la mesa y me puse delante de ti, sin atreverme a mirarte a la cara. Agarré una manzana con la mano y con paso ligero salí de la habitación.
Ya en la puerta, me abroché el abrigo, puse una mano en el pomo de la puerta y, cuando me disponía a agarrar con la otra mano el asa de mi maleta, tus dedos se amarraron con dulzura a mi muñeca y con un gesto, me obligaste a mirarte a la cara y lo que vi me destrozó por completo.
En tu rostro no había ni rastro del chico que conocí hacía tanto tiempo.
Tu cara estaba contraída de dolor, tus ojos habían perdido el brillo que habían tenido apenas doce horas antes, tus labios estaban apretados formando una fina línea.
Con un hilo de voz susurraste.
-Por favor, tú no.. – tu voz se resquebrajó por completo y las lágrimas surcaban a sus anchas por tu cara.
-Lo siento David, lo siento mucho. No puedo engañarte más. Lo siento.
Me solté de tu mano y agarré mi pesada bolsa. Abrí la puerta de la calle. El frío viento de invierno me golpeó en la cara, pero le hice frente. Salí con paso decidido, intentando no derramar ni una sola lágrima delante de ti.
Tus palabras me helaron.
-Te quiero – susurrase de nuevo y, con un portazo, volviste dentro de la casa.
En ese momento me derrumbé del todo. Comencé a llorar sin descanso, controlando mis sollozos, intentando que no llegaran a tus oídos.
-Yo también.
Tú, yo.. y ellos
El timbre que anuncia el final de la jornada escolar hace que despierte de su ensoñación.
Sus compañeros salen escandalosamente mientras ella recoge lentamente sus libros y los introduce en la mochila.
Se levanta del asiento como impulsada desde el trasero cuando él, bajando las escaleras, se para en la puerta de la clase, traspasa ligeramente el umbral y le dedica una sonrisa. Una sonrisa que a ella le servirá para tirar todo el fin de semana.
Su cuerpo magullado grita de dolor en su interior cuando se coloca la mochila cerrada a la espalda. –Espero que no estén fuera esperando… Como siempre- piensa una y otra vez mientras baja las escaleras que la llevarán hacia la rutina diaria de dolor.
Mira al cielo una y otra vez suplicando a un ser que no sabe si de verdad está ahí, por que no estén; suplica que le den un respiro, unos días de descanso sin gemidos de dolor que ocultar.
Pero no. Sus suplicas, como cada día, se las lleva el viento.
Y allí esperan, en la puerta, apoyados en la verja de enfrente del colegio su salida.
Un día tras otro. Una semana tras otra.
Al instante comienzan con la rutina. Comentaros ofensivos que debe ignorar si no quiere meterse en más líos. Pero de todas maneras, aunque los ignore, no puede olvidar que están ahí, no puede tapar sus oídos a cosas que son ciertas.
Y no para de preguntarse -¿por qué a mí?- Y nadie tiene repuesta para esa pobre criatura que se desliza entre las sombras día tras día.
Primer golpe. Al suelo.
Segundo golpe. Tirón del pelo.
Tercer golpe. Patada en el estómago.
De nuevo levanta la vista, de nuevo solloza implorando un minuto de tranquilidad en su ya más que deshecha vida.
Les mira con ojos suplicantes, pero ellos lo único que hacen es reírse.
Cuarto golpe. Puñetazo en la cara.
¿Resultado?
Inconsciencia.
Pasan los segundos, y sigue tirada en el suelo.
Tiene los ojos abiertos.
Le duele cada músculo de su maltrecho cuerpo; es la peor paliza que le han dado, y todo ¿por qué? Por ser sincera cuando el director preguntó que quién había tirado la piedra y, por lo tanto, roto el cristal.
Estaba cansada de pagar siempre por las cosas que habían hecho los demás, por eso dijo la verdad.
Tal vez debería haber callado, tal vez no debería haber delatado a nadie, pero ya no había vuelta atrás, y por consiguiente, sabía que nada más salir que esperaría otra paliza.
El mundo daba vueltas.
No siente ni un solo músculo ni hueso de su cuerpo.
Pestañea por acción involuntaria.
Da la impresión de que le han deshecho incluso algunos órganos, siente líquido en los pulmones y no puede respirar.
Sigue con los ojos cerrados.
De pronto, una mano acaricia suavemente su brazo; de arriba abajo.
Los pelos se le ponen de punta al sentir el contacto de la piel fría de la otra persona con la suya.
Abre los ojos, mira hacia su derecha, donde aún siente la presión de una mano contra su cuerpo, y allí está él, tirado en el suelo, sangrando por todos los orificios que tiene en la cara, mirándola de una manera indescriptible.
-¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que te ha pasado?- pregunta, intentando incorporarse, al segundo, piensa que es mejor seguir tirada en el suelo. Duele. Duele mucho.
-Intenté impedirlo, intenté que te dejaran, pero supongo que soy demasiado débil para todos ellos –contestó él, dirigiendo la mirada hacia el cielo. Contenía las lágrimas a duras penas, tenía los ojos rojos e hinchados, pero ella no supo si por los golpes o por las ganas que tendría de desahogarse y llorar.
-No eres débil..
-Claro que lo soy, si fuera fuerte no te habrían echo esto -comenzó a maldecirse a sí mismo.
-No. Si fueras débil no te habrías enfrentado a ellos sabiendo que podrías acabar así. Los débiles son ellos, que no se enfrentan a las cosas solos, sino en grupo. Eso sí es de ser débiles –la voz se le ahogaba por el esfuerzo de tener que articular palabras sin apenas poder respirar.
Se miraron durante unos segundos, quizá horas.
Y en el instante en que se intentaban acercar poco a poco, una ambulancia apareció doblando la esquina.
Les separaron al momento, y antes de que él le hubiera soltado el brazo, la sonrió de tal manera que ella sentía que podría dominar el mundo.
Sus compañeros salen escandalosamente mientras ella recoge lentamente sus libros y los introduce en la mochila.
Se levanta del asiento como impulsada desde el trasero cuando él, bajando las escaleras, se para en la puerta de la clase, traspasa ligeramente el umbral y le dedica una sonrisa. Una sonrisa que a ella le servirá para tirar todo el fin de semana.
Su cuerpo magullado grita de dolor en su interior cuando se coloca la mochila cerrada a la espalda. –Espero que no estén fuera esperando… Como siempre- piensa una y otra vez mientras baja las escaleras que la llevarán hacia la rutina diaria de dolor.
Mira al cielo una y otra vez suplicando a un ser que no sabe si de verdad está ahí, por que no estén; suplica que le den un respiro, unos días de descanso sin gemidos de dolor que ocultar.
Pero no. Sus suplicas, como cada día, se las lleva el viento.
Y allí esperan, en la puerta, apoyados en la verja de enfrente del colegio su salida.
Un día tras otro. Una semana tras otra.
Al instante comienzan con la rutina. Comentaros ofensivos que debe ignorar si no quiere meterse en más líos. Pero de todas maneras, aunque los ignore, no puede olvidar que están ahí, no puede tapar sus oídos a cosas que son ciertas.
Y no para de preguntarse -¿por qué a mí?- Y nadie tiene repuesta para esa pobre criatura que se desliza entre las sombras día tras día.
Primer golpe. Al suelo.
Segundo golpe. Tirón del pelo.
Tercer golpe. Patada en el estómago.
De nuevo levanta la vista, de nuevo solloza implorando un minuto de tranquilidad en su ya más que deshecha vida.
Les mira con ojos suplicantes, pero ellos lo único que hacen es reírse.
Cuarto golpe. Puñetazo en la cara.
¿Resultado?
Inconsciencia.
Pasan los segundos, y sigue tirada en el suelo.
Tiene los ojos abiertos.
Le duele cada músculo de su maltrecho cuerpo; es la peor paliza que le han dado, y todo ¿por qué? Por ser sincera cuando el director preguntó que quién había tirado la piedra y, por lo tanto, roto el cristal.
Estaba cansada de pagar siempre por las cosas que habían hecho los demás, por eso dijo la verdad.
Tal vez debería haber callado, tal vez no debería haber delatado a nadie, pero ya no había vuelta atrás, y por consiguiente, sabía que nada más salir que esperaría otra paliza.
El mundo daba vueltas.
No siente ni un solo músculo ni hueso de su cuerpo.
Pestañea por acción involuntaria.
Da la impresión de que le han deshecho incluso algunos órganos, siente líquido en los pulmones y no puede respirar.
Sigue con los ojos cerrados.
De pronto, una mano acaricia suavemente su brazo; de arriba abajo.
Los pelos se le ponen de punta al sentir el contacto de la piel fría de la otra persona con la suya.
Abre los ojos, mira hacia su derecha, donde aún siente la presión de una mano contra su cuerpo, y allí está él, tirado en el suelo, sangrando por todos los orificios que tiene en la cara, mirándola de una manera indescriptible.
-¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que te ha pasado?- pregunta, intentando incorporarse, al segundo, piensa que es mejor seguir tirada en el suelo. Duele. Duele mucho.
-Intenté impedirlo, intenté que te dejaran, pero supongo que soy demasiado débil para todos ellos –contestó él, dirigiendo la mirada hacia el cielo. Contenía las lágrimas a duras penas, tenía los ojos rojos e hinchados, pero ella no supo si por los golpes o por las ganas que tendría de desahogarse y llorar.
-No eres débil..
-Claro que lo soy, si fuera fuerte no te habrían echo esto -comenzó a maldecirse a sí mismo.
-No. Si fueras débil no te habrías enfrentado a ellos sabiendo que podrías acabar así. Los débiles son ellos, que no se enfrentan a las cosas solos, sino en grupo. Eso sí es de ser débiles –la voz se le ahogaba por el esfuerzo de tener que articular palabras sin apenas poder respirar.
Se miraron durante unos segundos, quizá horas.
Y en el instante en que se intentaban acercar poco a poco, una ambulancia apareció doblando la esquina.
Les separaron al momento, y antes de que él le hubiera soltado el brazo, la sonrió de tal manera que ella sentía que podría dominar el mundo.
estoy contigo..
Llueve, como desde hace una semana.
Gota. Paso. Gota. Paso. Y más gotas. Y más pasos.
Y aún sigo esperando en medio del puente a que por fin aparezcas, como prometiste.
La música retumba en mis oídos pero no escucho nada, solo silencio y siento a mi alrededor una tensión que puede cortarse.
¿Es que has olvidado que estoy esperando? ¿Lo que dijiste era mentira?
Una y otra vez estas preguntas aparecen en mi mente nublando poco a poco tu imagen de mi cabeza. No lo sé, y por lo tanto, sigo esperando a que vengas a llevarme a casa.
Es una noche fría.
Me paro a pensar qué es lo que he hecho hasta ahora, en qué ha consistido mi vida hasta este momento y este lugar donde me encuentro en este instante.
Un sitio desconocido, unas personas que no conozco me rodean por todos lados, pero ya no me asusto como al principio, ya no. Estoy acostumbrada ya a que me miren de forma extraña, normal, tres grados bajo cero, lloviendo a cántaros y ni siquiera busco un portal para resguardarme del aguacero; ni de coña, seguro que si me voy no me verás, te pensarás que no estoy esperando, y te irás por donde has venido. No, no me puedo arriesgar a eso; si cojo una pulmonía la cogeré teniendo presente que me puse enferma esperándote.
La gente camina a mi alrededor resguardándose del horrible temporal que azota la cuidad.
Doy vueltas de un lado a otro sobre mí misma, buscándote en cada persona que pasa, pero no logro encontrarte, y ya pasa más de una hora de cuando habíamos quedado.
¿Por qué nada irá bien? Todo es un desastre; mi vida es un desastre, el tiempo es horroroso y estoy sola en una cuidad desconocida. Sola, y no me gusta estar sola, a nadie le gusta estar solo.
¿Es que lo que me contaste era un cuento? ¿No sentías de verdad lo que decías?
La cantidad inmensa de preguntas que tengo en mi cabeza siguen sin respuesta, ninguna de ellas tiene contestación.
La confusión comienza a invadir mi mente y pienso en ti. En cómo te conocí, en cómo eres o, al menos, como creo yo que eres.
Es en ese momento cuando me doy cuenta de que, en realidad no te conozco, no sé nada de ti; no sé que piensas cuando me miras a la cara, ni que sientes cuando te ríes, ni sé que es lo que más deseas.
No sé quién eres, eres un completo desconocido, y he tardado más de un año en darme cuenta.
Quizás esté loca, quizás estoy delirando. Sí, por ti. Tú me haces delirar, tú me haces crecer aunque no lo creas.
Mientras el viento azota mi rostro, siento que me llevas a un lugar apartado, lejos, muy lejos de aquí, donde podría hacerte mil preguntas sin temer la respuesta.
De pronto, unos dedos fríos me agarran la mano suavemente, vuelvo la cara y ahí estás.
Me deslumbra la palidez de tu rostro, no te recordaba así, pero supongo que es la noche la que hace que tus facciones sean más duras.
Lentamente, entrelazo mis dedos con los tuyos y agarro tu mano con fuerza, para que no te vayas nunca, nunca más, pero te escapas, es como si no quisieras estar aquí.
De pronto y como si metieran un chip en mi cabeza, veo imágenes tuyas, de hace tan sólo veinte minutos.
Te veo.
Dejas a tus compañeros y te metes en el coche.
A continuación empiezas a conducir lentamente.
Hay mucho atasco por la lluvia. Miras el reloj una y otra vez y te maldices por que llegarás tarde.
Te enciendes un cigarro para tratar de calmarte.
Los coches se mueven de nuevo.
De repente, un destello de luz te ciega; abres la boca y dejas caer el pitillo encendido en el asiento entre tus piernas. No te da tiempo a moverte, estás paralizado por el miedo cuando otro coche derrapa y te lleva por delante.
Las lágrimas comienzan a caer sin descanso por mi rostro. No es que no quisieras venir, es que ni siquiera te había dado tiempo a doblar la esquina.
Un nudo en mi garganta me impide respirar. Siento mareos y al instante tengo ganas de vomitar.
Me arrodillo en el suelo mojado, escondiendo mi cara entre las manos, sollozando audiblemente.
La gente pasa a mi alrededor; se quedan mirando, pero nadie se para a ver que es lo que ocurre.
Grito desgarradoramente, entre las gotas de lluvia, mientras levanto la cabeza poco a poco, para que el agua caiga en mi cara y así intentar despejarme, aunque sé que es imposible.
-No quiero que estés así. Precisamente he venido a decirte que me alegro de haberte conocido, me alegro de que hayamos compartido juntos unos escasos momentos de tu vida, y las últimas horas de mi existencia.
Mis llantos se ahogan mientras veo tu figura arrodillada junto a mí en el suelo, mirándome a los ojos.
Posas tus manos obre mis rodillas y las acaricias suavemente; es débil, pero aún puedo sentir tu calor.
-No puedes hacerme esto, no puedes irte ahora. Tengo que preguntarte muchas cosas. Tengo que hacer muchas cosas contigo. Tengo una eternidad que contarte. No puedes irte todavía, si lo haces te odiaré hasta que me muera, te lo juro - dije rencorosa.
-¿Crees que yo querría irme? Claro que no, pero es lo que toca.
-No puedes hacerme esto, no te lo permito – le dije enfadada.
-Lo siento – se quedó pensativo - Lo que no entiendo es por qué significo tanto para ti, si apenas me conoces y yo no te conozco.
-No lo sé. Lo único que entiendo es que te necesito ahora. Si te vas me quedaré sola y no sabré que hacer.
-Claro que sabrás que hacer, ¡eres fuerte! – exclamó - Y, de todas maneras, no estarás sola. Yo estaré contigo, siempre. Cuando te sientas mal, cuando pienses que, como ahora, todo se ha acabado, mira a tu alrededor, que aunque no me veas, estaré, me sentirás contigo. Siempre.
Y se marchó sin decir adiós.
Lo único que sé es que es cierto.
No sé cómo, pero cuando estoy mal, una brisa de aire roza mi cara y susurra mi nombre, y en esa voz, puedo distinguir a esa persona que me robó los mejores momentos que he vivido.
Gota. Paso. Gota. Paso. Y más gotas. Y más pasos.
Y aún sigo esperando en medio del puente a que por fin aparezcas, como prometiste.
La música retumba en mis oídos pero no escucho nada, solo silencio y siento a mi alrededor una tensión que puede cortarse.
¿Es que has olvidado que estoy esperando? ¿Lo que dijiste era mentira?
Una y otra vez estas preguntas aparecen en mi mente nublando poco a poco tu imagen de mi cabeza. No lo sé, y por lo tanto, sigo esperando a que vengas a llevarme a casa.
Es una noche fría.
Me paro a pensar qué es lo que he hecho hasta ahora, en qué ha consistido mi vida hasta este momento y este lugar donde me encuentro en este instante.
Un sitio desconocido, unas personas que no conozco me rodean por todos lados, pero ya no me asusto como al principio, ya no. Estoy acostumbrada ya a que me miren de forma extraña, normal, tres grados bajo cero, lloviendo a cántaros y ni siquiera busco un portal para resguardarme del aguacero; ni de coña, seguro que si me voy no me verás, te pensarás que no estoy esperando, y te irás por donde has venido. No, no me puedo arriesgar a eso; si cojo una pulmonía la cogeré teniendo presente que me puse enferma esperándote.
La gente camina a mi alrededor resguardándose del horrible temporal que azota la cuidad.
Doy vueltas de un lado a otro sobre mí misma, buscándote en cada persona que pasa, pero no logro encontrarte, y ya pasa más de una hora de cuando habíamos quedado.
¿Por qué nada irá bien? Todo es un desastre; mi vida es un desastre, el tiempo es horroroso y estoy sola en una cuidad desconocida. Sola, y no me gusta estar sola, a nadie le gusta estar solo.
¿Es que lo que me contaste era un cuento? ¿No sentías de verdad lo que decías?
La cantidad inmensa de preguntas que tengo en mi cabeza siguen sin respuesta, ninguna de ellas tiene contestación.
La confusión comienza a invadir mi mente y pienso en ti. En cómo te conocí, en cómo eres o, al menos, como creo yo que eres.
Es en ese momento cuando me doy cuenta de que, en realidad no te conozco, no sé nada de ti; no sé que piensas cuando me miras a la cara, ni que sientes cuando te ríes, ni sé que es lo que más deseas.
No sé quién eres, eres un completo desconocido, y he tardado más de un año en darme cuenta.
Quizás esté loca, quizás estoy delirando. Sí, por ti. Tú me haces delirar, tú me haces crecer aunque no lo creas.
Mientras el viento azota mi rostro, siento que me llevas a un lugar apartado, lejos, muy lejos de aquí, donde podría hacerte mil preguntas sin temer la respuesta.
De pronto, unos dedos fríos me agarran la mano suavemente, vuelvo la cara y ahí estás.
Me deslumbra la palidez de tu rostro, no te recordaba así, pero supongo que es la noche la que hace que tus facciones sean más duras.
Lentamente, entrelazo mis dedos con los tuyos y agarro tu mano con fuerza, para que no te vayas nunca, nunca más, pero te escapas, es como si no quisieras estar aquí.
De pronto y como si metieran un chip en mi cabeza, veo imágenes tuyas, de hace tan sólo veinte minutos.
Te veo.
Dejas a tus compañeros y te metes en el coche.
A continuación empiezas a conducir lentamente.
Hay mucho atasco por la lluvia. Miras el reloj una y otra vez y te maldices por que llegarás tarde.
Te enciendes un cigarro para tratar de calmarte.
Los coches se mueven de nuevo.
De repente, un destello de luz te ciega; abres la boca y dejas caer el pitillo encendido en el asiento entre tus piernas. No te da tiempo a moverte, estás paralizado por el miedo cuando otro coche derrapa y te lleva por delante.
Las lágrimas comienzan a caer sin descanso por mi rostro. No es que no quisieras venir, es que ni siquiera te había dado tiempo a doblar la esquina.
Un nudo en mi garganta me impide respirar. Siento mareos y al instante tengo ganas de vomitar.
Me arrodillo en el suelo mojado, escondiendo mi cara entre las manos, sollozando audiblemente.
La gente pasa a mi alrededor; se quedan mirando, pero nadie se para a ver que es lo que ocurre.
Grito desgarradoramente, entre las gotas de lluvia, mientras levanto la cabeza poco a poco, para que el agua caiga en mi cara y así intentar despejarme, aunque sé que es imposible.
-No quiero que estés así. Precisamente he venido a decirte que me alegro de haberte conocido, me alegro de que hayamos compartido juntos unos escasos momentos de tu vida, y las últimas horas de mi existencia.
Mis llantos se ahogan mientras veo tu figura arrodillada junto a mí en el suelo, mirándome a los ojos.
Posas tus manos obre mis rodillas y las acaricias suavemente; es débil, pero aún puedo sentir tu calor.
-No puedes hacerme esto, no puedes irte ahora. Tengo que preguntarte muchas cosas. Tengo que hacer muchas cosas contigo. Tengo una eternidad que contarte. No puedes irte todavía, si lo haces te odiaré hasta que me muera, te lo juro - dije rencorosa.
-¿Crees que yo querría irme? Claro que no, pero es lo que toca.
-No puedes hacerme esto, no te lo permito – le dije enfadada.
-Lo siento – se quedó pensativo - Lo que no entiendo es por qué significo tanto para ti, si apenas me conoces y yo no te conozco.
-No lo sé. Lo único que entiendo es que te necesito ahora. Si te vas me quedaré sola y no sabré que hacer.
-Claro que sabrás que hacer, ¡eres fuerte! – exclamó - Y, de todas maneras, no estarás sola. Yo estaré contigo, siempre. Cuando te sientas mal, cuando pienses que, como ahora, todo se ha acabado, mira a tu alrededor, que aunque no me veas, estaré, me sentirás contigo. Siempre.
Y se marchó sin decir adiós.
Lo único que sé es que es cierto.
No sé cómo, pero cuando estoy mal, una brisa de aire roza mi cara y susurra mi nombre, y en esa voz, puedo distinguir a esa persona que me robó los mejores momentos que he vivido.
Para Blanca <333
El sol asoma tímido por el horizonte cuando, con más de una hora de adelanto, me estoy desperezando en la cama con la colcha aún sobre mi delgado cuerpo. En realidad, podría estar en la acostada bastante rato más, pero me resulta imposible dormir, total, si me he pasado la noche en vela ya me da igual.
Me destapo y mientras restriego mis ojos con las manos me levanto lentamente, me dirijo al baño para tomar una ducha caliente que me relaje y me prepare para el duro día que me espera.
Camino por el pasillo con los ojos medio cerrados, completamente zombie por no haber dormido nada, pero al llegar a la cómoda que está al lado de la puerta del baño levanto mis párpados completamente, y no puedo evitar mirar esa foto nuestra que aún guardo con cariño, para tratar de recordarme que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Me desvisto despacio y me meto en la ducha; abro el grifo del agua caliente y dejo que me empape el pelo completamente. A los 20 minutos salgo del baño con un albornoz tapando mi cuerpo, me dirijo al dormitorio de nuevo.
Ya vestida, vuelvo al baño y seco con una toalla mi pelo castaño con lentitud para pasarme el secador y evitarme un resfriado al salir a la calle.
-Joder, cuatro grados bajo cero, voy a tener que ponerme el traje para esquiar debajo de la ropa – despotrico mientras salgo del baño de nuevo.
Al abrir de nuevo el armario, me doy cuenta de que aún hay en él alguna de tus sudaderas. Con añoranza pero decidida cojo una percha roja, de la cual cuelga la sudadera negra que llevabas el día que te conocí. Sonrío con tristeza al recordar como te marchaste, así, de repente, tan de improviso lo hiciste que aún queda ropa tuya en mi casa.
Con tu chaqueta en la mano me siento en el borde de la cama y me pongo a pensar.
La verdad, no es que me sienta sola desde que te marchaste, es que directamente no siento nada. Todos esos miedos que tenía han vuelto a aparecer desde que no estás, y estoy cansada de no tener a nadie a quien contarle como me siento. Tengo amigas y amigos, claro que sí, pero no es el mismo sentimiento, el mismo amor que siento por ellos, la misma confianza, como la que sentía por ti.
Las heridas permanecen en mi corazón; el dolor que siento cuando te recuerdo es tan fuerte que me impide respirar, y lo peor de todo es que, aunque ha pasado mucho tiempo, nada en mi interior se ha curado.
Llevabas esa sudadera la primera y la única vez que te he visto llorar en mi vida, y yo sequé tus lágrimas como si con eso pudiera disminuir tu dolor. Cuando gritabas de rabia, yo hacía callar las voces de tu cabeza. Estuve contigo todo este tiempo, y aunque todo eso ya ha pasado, no puedo olvidarte, aún estás conmigo, tu presencia no me abandona, tu te llevaste todo de mi vida, te llevaste cualquier indicio que recordara la horrorosa existencia que había llevado hasta ese momento.
Cuando te vi, tus ojos relucían como dos luceros en la oscuridad de mi vida.
Aún de vez en cuando sueño con tu imagen; sueño que estás a mi lado y me llevas contigo, dondequiera que estés.
Mientras pienso he terminado de vestirme y salgo de casa hacia el lugar donde me esperas, al lugar donde permanecerás siempre, sin que nadie haya podido evitarlo.
Aún no hay nadie, estupendo, mejor, así podré hablar contigo una última vez.
Me siento sobre el frío muro de piedra que linda con tu lápida y miro al cielo, buscando la ayuda que necesito para comenzar a hablar contigo.
-No te imaginas las veces que he intentado decirme a mí misma, de todas las maneras posibles que nunca vas a volver, pero que quieres que yo le haga; cuando abro la puerta de casa aún espero que estés en la cocina preparando la cena, espero que estés ahí para abrazarme cuando me siento sola, cuando me siento mal, y no sabes lo difícil que es darme cuenta de que es imposible. No te imaginas lo mucho que lamento que, las últimas palabras que te dije fueran, “enano, te has dejado ropa en casa ¿Qué hago con ella?”. Tú bien sabes lo difícil que fue mi vida hasta el momento en que te conocí, sabes que estuve sola mucho tiempo, hasta que apareciste y me salvaste la vida. Aún te siento conmigo, sé que tu presencia jamás me va a abandonar, eso es lo que me mantiene viva, el saber que ahora estás, de otra manera, pero estás, y después de todo, cuando todo se acabe, cuando la luz se apague completamente en mi vida, cuando no pueda volver atrás, estaré contigo, volveremos a estar juntos, y me reconforta el saber que, como tu me prometiste un día, por mucho tiempo que pase, de una manera u otra, vas a estar conmigo.
La gente comienza a llenar el lugar. Me levanto lentamente mientras pienso en ti, y en esa promesa que me hiciste, de la cual no me olvidaré hasta que me vuelva a encontrar contigo, cosa que espero que tarde mucho en ocurrir, pero hasta que ese momento llegue, yo viviré por los dos.
Me destapo y mientras restriego mis ojos con las manos me levanto lentamente, me dirijo al baño para tomar una ducha caliente que me relaje y me prepare para el duro día que me espera.
Camino por el pasillo con los ojos medio cerrados, completamente zombie por no haber dormido nada, pero al llegar a la cómoda que está al lado de la puerta del baño levanto mis párpados completamente, y no puedo evitar mirar esa foto nuestra que aún guardo con cariño, para tratar de recordarme que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Me desvisto despacio y me meto en la ducha; abro el grifo del agua caliente y dejo que me empape el pelo completamente. A los 20 minutos salgo del baño con un albornoz tapando mi cuerpo, me dirijo al dormitorio de nuevo.
Ya vestida, vuelvo al baño y seco con una toalla mi pelo castaño con lentitud para pasarme el secador y evitarme un resfriado al salir a la calle.
-Joder, cuatro grados bajo cero, voy a tener que ponerme el traje para esquiar debajo de la ropa – despotrico mientras salgo del baño de nuevo.
Al abrir de nuevo el armario, me doy cuenta de que aún hay en él alguna de tus sudaderas. Con añoranza pero decidida cojo una percha roja, de la cual cuelga la sudadera negra que llevabas el día que te conocí. Sonrío con tristeza al recordar como te marchaste, así, de repente, tan de improviso lo hiciste que aún queda ropa tuya en mi casa.
Con tu chaqueta en la mano me siento en el borde de la cama y me pongo a pensar.
La verdad, no es que me sienta sola desde que te marchaste, es que directamente no siento nada. Todos esos miedos que tenía han vuelto a aparecer desde que no estás, y estoy cansada de no tener a nadie a quien contarle como me siento. Tengo amigas y amigos, claro que sí, pero no es el mismo sentimiento, el mismo amor que siento por ellos, la misma confianza, como la que sentía por ti.
Las heridas permanecen en mi corazón; el dolor que siento cuando te recuerdo es tan fuerte que me impide respirar, y lo peor de todo es que, aunque ha pasado mucho tiempo, nada en mi interior se ha curado.
Llevabas esa sudadera la primera y la única vez que te he visto llorar en mi vida, y yo sequé tus lágrimas como si con eso pudiera disminuir tu dolor. Cuando gritabas de rabia, yo hacía callar las voces de tu cabeza. Estuve contigo todo este tiempo, y aunque todo eso ya ha pasado, no puedo olvidarte, aún estás conmigo, tu presencia no me abandona, tu te llevaste todo de mi vida, te llevaste cualquier indicio que recordara la horrorosa existencia que había llevado hasta ese momento.
Cuando te vi, tus ojos relucían como dos luceros en la oscuridad de mi vida.
Aún de vez en cuando sueño con tu imagen; sueño que estás a mi lado y me llevas contigo, dondequiera que estés.
Mientras pienso he terminado de vestirme y salgo de casa hacia el lugar donde me esperas, al lugar donde permanecerás siempre, sin que nadie haya podido evitarlo.
Aún no hay nadie, estupendo, mejor, así podré hablar contigo una última vez.
Me siento sobre el frío muro de piedra que linda con tu lápida y miro al cielo, buscando la ayuda que necesito para comenzar a hablar contigo.
-No te imaginas las veces que he intentado decirme a mí misma, de todas las maneras posibles que nunca vas a volver, pero que quieres que yo le haga; cuando abro la puerta de casa aún espero que estés en la cocina preparando la cena, espero que estés ahí para abrazarme cuando me siento sola, cuando me siento mal, y no sabes lo difícil que es darme cuenta de que es imposible. No te imaginas lo mucho que lamento que, las últimas palabras que te dije fueran, “enano, te has dejado ropa en casa ¿Qué hago con ella?”. Tú bien sabes lo difícil que fue mi vida hasta el momento en que te conocí, sabes que estuve sola mucho tiempo, hasta que apareciste y me salvaste la vida. Aún te siento conmigo, sé que tu presencia jamás me va a abandonar, eso es lo que me mantiene viva, el saber que ahora estás, de otra manera, pero estás, y después de todo, cuando todo se acabe, cuando la luz se apague completamente en mi vida, cuando no pueda volver atrás, estaré contigo, volveremos a estar juntos, y me reconforta el saber que, como tu me prometiste un día, por mucho tiempo que pase, de una manera u otra, vas a estar conmigo.
La gente comienza a llenar el lugar. Me levanto lentamente mientras pienso en ti, y en esa promesa que me hiciste, de la cual no me olvidaré hasta que me vuelva a encontrar contigo, cosa que espero que tarde mucho en ocurrir, pero hasta que ese momento llegue, yo viviré por los dos.
lunes, 5 de enero de 2009
A la cuarta .. la vencida
-Me duelen los pies. Me duelen los pies. Me duelen los pies. ¿Os había dicho ya que…
-¡¡QUE TE DUELEN TUS PUTOS PIES!!- me gritaron antes de que pudiera acabar la frase.
-Eso.. ya os lo había dicho ¿no? =P.
-No, que va, es que somos adivinas – respondió sarcástica Lissa.
-Ya sabía yo que mis niñas eran listas, si es queeeee..
-Cállate Jess por favor te lo pido-suplicó Andrea.
-Es que me abuuuuurro y la maleta pesa-susurré pesarosa.
-Es que sólo a ti se te ocurre traer una maleta para un día , y eso que vives aquí..-dijo Lissa mientras nos indicaba que el semáforo estaba en verde.
-Es que no sabía que iba a necesitar-dije justificándome-además, con el pelo corto que llevo ahora, como lo tengo rizado, parezco una coliflor y me abulta la cabeza y no puedo permitir que me vean así.
-Joder, pero las planchas no ocupan tanto ¿no?- Andrea, me miraba con cara de “¿y de verdad eres la mayor de las tres? Pobre..”
-Es que no sólo llevo las planchas-comenté-también tengo ropa interior, y el champú, gel, maquillaje, mucha ropa y otras deportivas.
-Estás enferma-susurró Andrea.
-Oye! Eso es mío!-le reproché.
-Lo sé, por eso lo he dicho
-¬¬’ sabes que te odio ¿no?.
-Si Jess sí, lo que tu digas..
Lissa puso los ojos en blanco y mientras seguía andando hacia nuestro destino, un hotel “super chachi” (dios, me encanta esta expresión xDD) en pleno centro de la ciudad.
-Joder, ¿como han cambiado de nivel no?-exclamó Andrea nada más llegar a la acera de enfrente del magnífico hotel.
Era enorme, lógicamente, y, de todas las veces que había estado allí ya, estaba segura que esta sería la mejor, esta vez sería la que hiciera que volviera a creer en algo, esta vez todo saldría bien, al menos eso esperaba, por que joder, me había mirado un tuerto en los últimos dos años.
La verdad es que cuando Lissa llamó tres días antes de venir para acá y dijo que este sitio sería donde se hospedarían, no me gustó un pelo. Mi traicionera mente abrió compuertas en mi cabeza que yo creí que estaban cerradas y eso me deprimió bastante. Recuerdo que, mientras hablaba con la recepcionista del hotel cuando llamé para hacer la reserva, no pude evitar que lágrimas gruesas y silenciosas se deslizaran por mi rostro al recordar el tiempo pasado tan feo que pasé allí, pero también me acuerdo de que al segundo las sequé; no iba a permitir que, por que ellos fueran unos capullos y me lo hicieran pasar tan mal tantas veces, se me fuera esta oportunidad, por eso estaba allí, de nuevo, pero con las ideas y las esperanzas más claras que nunca, con una ilusión en el corazón que esperaba que no me destruyeran por cuarta vez.
-No. Ellos son buenos. Ellos no hacen esas cosas-susurré para mi misma-claro que los otros la primera vez también fueron buenos. Oh, Dios, soy una pesimista.
-¿Qué?-dijo Liss volteando la cabeza para mirarme.
-Nada nada, estaba pensando en alto.. solo eso-y desvié la mirada a la maleta que agarraba con la mano izquierda.
-¿Aún sigues pensando en eso?-preguntó Andrea mientras nos deteníamos ante el semáforo.
-No lo puedo evitar, encima estos se hospedan aquí también, ¿es que no hay más hoteles de lujo en toda la puñetera ciudad?-exclamé mirando la fachada que teníamos delante.
-Tienes que dejar de pensar en eso, esta vez será la mejor de todas, te lo prometo-dijo Lissa acariciándome el brazo.
-Ya, claro, igual que te prometí yo que iba a ver a los Jonastros para mandarte un autógrafo pero todo se fue a la mierda ¿no?-comencé a ponerme roja de rabia. Noté cómo se me llenaban los ojos de lágrimas.
“No. No voy a permitirme llorar ahora, después de todo, he demostrado ser fuerte” pensé.
-¡Joder Jess ya vale! No todo siempre sale mal, de hecho, ¿Qué pasó cuando viste a los capullos por primera vez?-inquirió Andrea.
-Fue el momento más feliz de mi vida hasta ese momento-contesté mirando al hotel de nuevo.
-¿Ves? Pues eso. Las primeras veces siempre son las buenas ¿o no Liss?-dijo mirándola.
-No nos podemos quejar ninguna. TODAS nuestras primeras veces en cuanto a estas fricadas siempre han sido geniales-se giró para mirarme-¿o no te acuerdas de lo que nos contó Andrea cuando fue a Manchester? Fue perfecto ¿por qué? Porque era la primera vez. Así que saca ánimo de donde quieras pero sácalo, y vamos para allá, que parecemos lerdas aquí media hora, se nos ha ido el semáforo tres veces.
Nos subimos las tres la cremallera de la cazadora y nos preparamos para cruzar.
¡Qué frío coño!-susurró Andrea.
Mientras nosotras dábamos lentos y decididos pasos hacia la puerta del hotel, una enorme furgoneta de color plateado se paraba en la esquina, en esa esquina donde dos años antes me había tirado al suelo a llorar desesperada.
“Genial, nos toca compartir hotel con los guiris del imserso, estupendo” pensé sarcástica.
Una voz gritando me despertó de mis maldiciones a los viejos que seguían metidos en la furgoneta.
-¡¡MIERDA!!
Al momento me di la vuelta y ví a Lissa luchando por sacar una de las ruedas de su maleta de una alcantarilla.
-¡Ayudarme jo!-suplicó con ojos de corderito.
-Espera voy. Andrea, ten mi maleta anda-dije mientras le alcanzaba el asa de esta y ella lo agarraba.
Me agaché para sacar la rueda de donde estaba atrapada mientras Lissa tiraba de la maleta para arriba pero daba igual, no salía.
Al fin desistimos las dos.
-Espera, tengo una idea. Voy a pedir a algún tío de los que van con los viejos de esa furgo que nos ayude a sacarla, esperar aquí-dije mientras me acercaba al enorme bicho con ruedas que trasladaba a los viejitos por toda la cuidad.
Pero no.
Dios no quiso que en la furgo esa viajaran los viejos.
Dios quiso que se me hiciera el culo pesicola antes de llegar siquiera a decir nada al conductor.
Dios quiso que me cayera al suelo al ver quien había en la furgoneta.
El mundo comenzó a dar vuelta más y más deprisa mientras yo me quedé pasmada mirando a mis seis personajes de Star Wars favoritos salir de aquel bicho enorme son cristales tintados.
Había olvidado para lo que había ido allí. No podía articular palabra. Mi garganta no emitía ningún sonido. Me quedé con la boca abierta, flipando como una niña cuando ve a Mikey Mouse en Disneyland.
-Oye, chica, ¿te encuentras bien?-preguntó uno de ellos-Juri, yo creo que a esta le ha dao un chungo o algo.
-Sí tío, está muy pálida-contestó el rubio.
-Lo mismo le ha dado una bajada de azúcar. Linke, ¿tienes un caramelo?
-¿Eh?
-Que si tienes un caramelo, un chicle o algo con azúcar para la chavala esta-dijo Frank mientras se quedaba mirando a las chicas-Juri agárrala y siéntala ahí, que esas parecen sus acompañantes-dijo mientras iba hacia ellas.
En mi inconsciencia sentada en el bordillo de la calle y bajo mis ojos nublados pude distinguir a los seis chicos. También fui consciente de la cara de Liss cuando Frank se acercó a ellas, pálida como el mármol, y seguro que estaba fría. Siempre se pone fría cuando está nerviosa.
Exactamente no sé que fue lo que les dijo, que, a continuación de blancas se tornaron de color rojo poco a poco.
Se acercaron las chicas acompañadas de Frank hacia donde me encontraba yo, con Juri y Timo abanicándome con un clinex.
-¿Pero que has hecho? ¿Qué te pasa? ¡Hay madre, que se nos muere!-dijo Andrea angustiada.
-Morirse no creo, está empezando a recuperar el color-dijo David tocándome la frente-y ya no está tan fría. ¿Hey, estás mejor?
-Yo no la tocaría demasiado-soltó Liss.
-¿Y eso por qué? ¿Tiene lepra, sida o algo?-preguntó Linke extrañado.
-Por que se ha puesto así al veros salir de la furgoneta-respondió Andrea.
-Anda coño-exclamó Jan como si de pronto todas sus conclusiones encajaran de golpe, oseasé que estáis aquí por..-comenzó.
-Vosotros, si-Lissa terminó la frase.
-Joder que mal rollo tío-susurró Timo.
Sus compañeros le miraron.
-¿Qué? no mola que a la gente le den bajones de tensión cuando estamos cerca.
-También es verdad-corroboró Juri.
Mientras conversaban, yo comencé a levantarme lentamente.
“Joder. No me puedo creer que me haya pasado a mí esto”.
-Churri, ¿estás en tus cabales?-preguntó Lissa.
-¿Eh? Ah, sí, más o menos.
Ya de pie les sonreí uno a uno.
-Gracias.
-Nada hombre, para eso estamos-dijo Jan.
-Bueno, ya que casi te mueres por nuestra culpa, ¿podemos hacer algo por vosotras?-dijo David.
Nos miramos las tres.
-Hombre, para ser sinceros..-comenzó Andrea.
-¿Qué?
-Sí que hay algo que podríais hacer pos nosotras-continuó Lissa.
-¿El qué? Haber que vais a pedir, que podemos negarnos ¿eh?-dijo Juri.
-Bah, no creo que os neguéis, no es para tanto-dije.
-Pero ¿el qué?-dijo Timo irritado.
-Fotos, videos, autógrafos, para recordar este momento toda la vida-contestó Andrea.
-Ya me dio miedo lo que ibais a decir. Joder, si sólo queréis eso, vamos a ello ¿no?-Jan, suspirando, sacoó un rotulador de la mochila.
Unos treinta minutos estuvimos hasta que acabamos las fotos y nos despedimos.
-Espero que nos veamos de nuevo, y que no te dé un chungo otra vez-dijo guiñándome el ojo Linke.
Soltamos una carcajada.
Inmediatamente, cogieron sus cosas y entraron en el hotel.
-Bueno, creo que lo mejor que podemos hacer ahora es cancelar la reserva de la habitación ¿no?-dijo Andrea viendo como desaparecían en el ascensor.
-Yo creo que sí-apoyó Lissa.
Y eso hicimos.
…….
Despierto sobresaltada y, cuando me recompongo, no puedo evitar echar una mirada a las cuatro paredes de mi dormitorio.
Creo que, al fin y al cabo, no todo es tan malo, que siempre hay un punto positivo en el que pensar, aunque te cueste recomponer las heridas de dentro, siempre, siempre pasa algo bueno que te ayuda a no decaer.
Y aunque mil veces te estrelles contra el mismo muro de piedra, llega un momento en que un rayo lo parte, aunque sólo sea una grieta, pero poco a poco, se irá haciendo más grande y, lo que antes parecía imposible, de repente está ahí, delante de tus narices, aunque no te quieras dar cuenta hasta el final.
Me doy la vuelta y, sonriente, vuelvo a quedarme dormida imaginando que todo aquello será realidad alguna vez.
-¡¡QUE TE DUELEN TUS PUTOS PIES!!- me gritaron antes de que pudiera acabar la frase.
-Eso.. ya os lo había dicho ¿no? =P.
-No, que va, es que somos adivinas – respondió sarcástica Lissa.
-Ya sabía yo que mis niñas eran listas, si es queeeee..
-Cállate Jess por favor te lo pido-suplicó Andrea.
-Es que me abuuuuurro y la maleta pesa-susurré pesarosa.
-Es que sólo a ti se te ocurre traer una maleta para un día , y eso que vives aquí..-dijo Lissa mientras nos indicaba que el semáforo estaba en verde.
-Es que no sabía que iba a necesitar-dije justificándome-además, con el pelo corto que llevo ahora, como lo tengo rizado, parezco una coliflor y me abulta la cabeza y no puedo permitir que me vean así.
-Joder, pero las planchas no ocupan tanto ¿no?- Andrea, me miraba con cara de “¿y de verdad eres la mayor de las tres? Pobre..”
-Es que no sólo llevo las planchas-comenté-también tengo ropa interior, y el champú, gel, maquillaje, mucha ropa y otras deportivas.
-Estás enferma-susurró Andrea.
-Oye! Eso es mío!-le reproché.
-Lo sé, por eso lo he dicho
-¬¬’ sabes que te odio ¿no?.
-Si Jess sí, lo que tu digas..
Lissa puso los ojos en blanco y mientras seguía andando hacia nuestro destino, un hotel “super chachi” (dios, me encanta esta expresión xDD) en pleno centro de la ciudad.
-Joder, ¿como han cambiado de nivel no?-exclamó Andrea nada más llegar a la acera de enfrente del magnífico hotel.
Era enorme, lógicamente, y, de todas las veces que había estado allí ya, estaba segura que esta sería la mejor, esta vez sería la que hiciera que volviera a creer en algo, esta vez todo saldría bien, al menos eso esperaba, por que joder, me había mirado un tuerto en los últimos dos años.
La verdad es que cuando Lissa llamó tres días antes de venir para acá y dijo que este sitio sería donde se hospedarían, no me gustó un pelo. Mi traicionera mente abrió compuertas en mi cabeza que yo creí que estaban cerradas y eso me deprimió bastante. Recuerdo que, mientras hablaba con la recepcionista del hotel cuando llamé para hacer la reserva, no pude evitar que lágrimas gruesas y silenciosas se deslizaran por mi rostro al recordar el tiempo pasado tan feo que pasé allí, pero también me acuerdo de que al segundo las sequé; no iba a permitir que, por que ellos fueran unos capullos y me lo hicieran pasar tan mal tantas veces, se me fuera esta oportunidad, por eso estaba allí, de nuevo, pero con las ideas y las esperanzas más claras que nunca, con una ilusión en el corazón que esperaba que no me destruyeran por cuarta vez.
-No. Ellos son buenos. Ellos no hacen esas cosas-susurré para mi misma-claro que los otros la primera vez también fueron buenos. Oh, Dios, soy una pesimista.
-¿Qué?-dijo Liss volteando la cabeza para mirarme.
-Nada nada, estaba pensando en alto.. solo eso-y desvié la mirada a la maleta que agarraba con la mano izquierda.
-¿Aún sigues pensando en eso?-preguntó Andrea mientras nos deteníamos ante el semáforo.
-No lo puedo evitar, encima estos se hospedan aquí también, ¿es que no hay más hoteles de lujo en toda la puñetera ciudad?-exclamé mirando la fachada que teníamos delante.
-Tienes que dejar de pensar en eso, esta vez será la mejor de todas, te lo prometo-dijo Lissa acariciándome el brazo.
-Ya, claro, igual que te prometí yo que iba a ver a los Jonastros para mandarte un autógrafo pero todo se fue a la mierda ¿no?-comencé a ponerme roja de rabia. Noté cómo se me llenaban los ojos de lágrimas.
“No. No voy a permitirme llorar ahora, después de todo, he demostrado ser fuerte” pensé.
-¡Joder Jess ya vale! No todo siempre sale mal, de hecho, ¿Qué pasó cuando viste a los capullos por primera vez?-inquirió Andrea.
-Fue el momento más feliz de mi vida hasta ese momento-contesté mirando al hotel de nuevo.
-¿Ves? Pues eso. Las primeras veces siempre son las buenas ¿o no Liss?-dijo mirándola.
-No nos podemos quejar ninguna. TODAS nuestras primeras veces en cuanto a estas fricadas siempre han sido geniales-se giró para mirarme-¿o no te acuerdas de lo que nos contó Andrea cuando fue a Manchester? Fue perfecto ¿por qué? Porque era la primera vez. Así que saca ánimo de donde quieras pero sácalo, y vamos para allá, que parecemos lerdas aquí media hora, se nos ha ido el semáforo tres veces.
Nos subimos las tres la cremallera de la cazadora y nos preparamos para cruzar.
¡Qué frío coño!-susurró Andrea.
Mientras nosotras dábamos lentos y decididos pasos hacia la puerta del hotel, una enorme furgoneta de color plateado se paraba en la esquina, en esa esquina donde dos años antes me había tirado al suelo a llorar desesperada.
“Genial, nos toca compartir hotel con los guiris del imserso, estupendo” pensé sarcástica.
Una voz gritando me despertó de mis maldiciones a los viejos que seguían metidos en la furgoneta.
-¡¡MIERDA!!
Al momento me di la vuelta y ví a Lissa luchando por sacar una de las ruedas de su maleta de una alcantarilla.
-¡Ayudarme jo!-suplicó con ojos de corderito.
-Espera voy. Andrea, ten mi maleta anda-dije mientras le alcanzaba el asa de esta y ella lo agarraba.
Me agaché para sacar la rueda de donde estaba atrapada mientras Lissa tiraba de la maleta para arriba pero daba igual, no salía.
Al fin desistimos las dos.
-Espera, tengo una idea. Voy a pedir a algún tío de los que van con los viejos de esa furgo que nos ayude a sacarla, esperar aquí-dije mientras me acercaba al enorme bicho con ruedas que trasladaba a los viejitos por toda la cuidad.
Pero no.
Dios no quiso que en la furgo esa viajaran los viejos.
Dios quiso que se me hiciera el culo pesicola antes de llegar siquiera a decir nada al conductor.
Dios quiso que me cayera al suelo al ver quien había en la furgoneta.
El mundo comenzó a dar vuelta más y más deprisa mientras yo me quedé pasmada mirando a mis seis personajes de Star Wars favoritos salir de aquel bicho enorme son cristales tintados.
Había olvidado para lo que había ido allí. No podía articular palabra. Mi garganta no emitía ningún sonido. Me quedé con la boca abierta, flipando como una niña cuando ve a Mikey Mouse en Disneyland.
-Oye, chica, ¿te encuentras bien?-preguntó uno de ellos-Juri, yo creo que a esta le ha dao un chungo o algo.
-Sí tío, está muy pálida-contestó el rubio.
-Lo mismo le ha dado una bajada de azúcar. Linke, ¿tienes un caramelo?
-¿Eh?
-Que si tienes un caramelo, un chicle o algo con azúcar para la chavala esta-dijo Frank mientras se quedaba mirando a las chicas-Juri agárrala y siéntala ahí, que esas parecen sus acompañantes-dijo mientras iba hacia ellas.
En mi inconsciencia sentada en el bordillo de la calle y bajo mis ojos nublados pude distinguir a los seis chicos. También fui consciente de la cara de Liss cuando Frank se acercó a ellas, pálida como el mármol, y seguro que estaba fría. Siempre se pone fría cuando está nerviosa.
Exactamente no sé que fue lo que les dijo, que, a continuación de blancas se tornaron de color rojo poco a poco.
Se acercaron las chicas acompañadas de Frank hacia donde me encontraba yo, con Juri y Timo abanicándome con un clinex.
-¿Pero que has hecho? ¿Qué te pasa? ¡Hay madre, que se nos muere!-dijo Andrea angustiada.
-Morirse no creo, está empezando a recuperar el color-dijo David tocándome la frente-y ya no está tan fría. ¿Hey, estás mejor?
-Yo no la tocaría demasiado-soltó Liss.
-¿Y eso por qué? ¿Tiene lepra, sida o algo?-preguntó Linke extrañado.
-Por que se ha puesto así al veros salir de la furgoneta-respondió Andrea.
-Anda coño-exclamó Jan como si de pronto todas sus conclusiones encajaran de golpe, oseasé que estáis aquí por..-comenzó.
-Vosotros, si-Lissa terminó la frase.
-Joder que mal rollo tío-susurró Timo.
Sus compañeros le miraron.
-¿Qué? no mola que a la gente le den bajones de tensión cuando estamos cerca.
-También es verdad-corroboró Juri.
Mientras conversaban, yo comencé a levantarme lentamente.
“Joder. No me puedo creer que me haya pasado a mí esto”.
-Churri, ¿estás en tus cabales?-preguntó Lissa.
-¿Eh? Ah, sí, más o menos.
Ya de pie les sonreí uno a uno.
-Gracias.
-Nada hombre, para eso estamos-dijo Jan.
-Bueno, ya que casi te mueres por nuestra culpa, ¿podemos hacer algo por vosotras?-dijo David.
Nos miramos las tres.
-Hombre, para ser sinceros..-comenzó Andrea.
-¿Qué?
-Sí que hay algo que podríais hacer pos nosotras-continuó Lissa.
-¿El qué? Haber que vais a pedir, que podemos negarnos ¿eh?-dijo Juri.
-Bah, no creo que os neguéis, no es para tanto-dije.
-Pero ¿el qué?-dijo Timo irritado.
-Fotos, videos, autógrafos, para recordar este momento toda la vida-contestó Andrea.
-Ya me dio miedo lo que ibais a decir. Joder, si sólo queréis eso, vamos a ello ¿no?-Jan, suspirando, sacoó un rotulador de la mochila.
Unos treinta minutos estuvimos hasta que acabamos las fotos y nos despedimos.
-Espero que nos veamos de nuevo, y que no te dé un chungo otra vez-dijo guiñándome el ojo Linke.
Soltamos una carcajada.
Inmediatamente, cogieron sus cosas y entraron en el hotel.
-Bueno, creo que lo mejor que podemos hacer ahora es cancelar la reserva de la habitación ¿no?-dijo Andrea viendo como desaparecían en el ascensor.
-Yo creo que sí-apoyó Lissa.
Y eso hicimos.
…….
Despierto sobresaltada y, cuando me recompongo, no puedo evitar echar una mirada a las cuatro paredes de mi dormitorio.
Creo que, al fin y al cabo, no todo es tan malo, que siempre hay un punto positivo en el que pensar, aunque te cueste recomponer las heridas de dentro, siempre, siempre pasa algo bueno que te ayuda a no decaer.
Y aunque mil veces te estrelles contra el mismo muro de piedra, llega un momento en que un rayo lo parte, aunque sólo sea una grieta, pero poco a poco, se irá haciendo más grande y, lo que antes parecía imposible, de repente está ahí, delante de tus narices, aunque no te quieras dar cuenta hasta el final.
Me doy la vuelta y, sonriente, vuelvo a quedarme dormida imaginando que todo aquello será realidad alguna vez.
Más de nada
Y ahora me paro y pienso en qué es lo que he hecho, en como he vivido durante estos años. Unos años en los que me esforcé como nunca para lograr cosas que creí imposibles, y en algunos momentos llegué lejos, pero al final todo cayó por su propio peso. Y tuve que caer otra vez y perder todo eso por lo que me había esforzado tanto para darme cuenta de que en realidad todo eso no importaba.; lo único que cuenta es lo que vives ahora, las personas que conoces en este momento, por que, al fin y al cabo, son ellas las que estarán siempre a tu lado. Y es que, cuanto más alto pongas el listón, cuanto más grandes son tus expectativas y tus esperanzas, más dura es la caída.
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Me siento bien. Me siento llena de paz. Ahora que al fin te marchaste, puedo presumir de volver a vivir tal y como yo siempre había soñado. Te prometí que siempre estaría contigo, te dije que jamás te iba a dejar, y no he cumplido mi promesa, lo sé, pero tú tampoco, tu también prometiste que, pasara lo que pasara siempre ibas a ser el mismo, dijiste que siempre estarías ahí, para todo, daría igual lo que pasara, y también faltaste a tu palabra. En el fondo somos bastante parecidos ¿no crees? Yo creo que sí, pero hay algo que nos diferencia; yo lamento haber faltado a mi promesa, lo siento tanto que no sé ni cómo explicártelo, sin embargo tú no, no parece que te importe el haberme dejado hecha trizas; tal vez si que lo sientes, pero nunca me lo has hecho saber de ninguna forma, así que, hasta que me saques de mi error, si es que realmente estoy equivocada, seguiré pensando que no te importo absolutamente nada.
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Cristal. Detrás de eso de escondías. Detrás de pesadas y relucientes puertas de cristal. Aún cuando paso por delante de esa puerta que me vio crecer, que me vio ilusionarme y al segundo gritar con voz desgarradora de rabia, lloro, y no te puedes imaginar el daño que me hace darme cuenta de que todo lo he hice no sirvió para nada. Me rompiste el corazón una y otra vez, y yo, estúpida de mí, seguía confiando en ti. Me tuviste a 1000 1000 kilómetros del suelo, flotando, colgada de una cuerda, una cuerda que sabías que se podía romper, lo sabías, aún así dejaste que todo siguiera su curso, no hiciste nada por mantenerme a tu lado. Cuanto de diste cuenta de que poco a poco me iba marchando, pediste perdón de todas las maneras posibles, teniendo conciencia de que no te serviría para nada, me dijiste que me necesitabas una y otra vez, te arrastraste de la misma manera de la que lo había hecho yo, y ¿sabes qué? por una vez sentí que estabas realmente en mi piel, que te habías percatado de todo lo que había pasado, de todo lo que habías dejado atrás. Y mientras yo me iba me di la vuelta, y te dije que ya no servía de nada, el daño ya estaba hecho, ya no podías cambiar lo que había sucedido, todo había pasado y no había vuelta atrás. Durante mucho tiempo estuve esperando que alguien, cualquier persona, viniera a rescatar el naufragio que habías causado en mi vida; por un momento pensé que siempre estaría sola, que nadie vendría a ayudarme a salir de todo el lío en el que me había metido por ti, pero que equivocaba. De repente apareció él, con sus perfectos ojos, su perfecta figura y sus promesas. En ese momento me di cuenta de que ya no estaría sola nunca más, él estaría conmigo. De repente, mi vida volvía a cobrar sentido, volvía a tener un motivo por el que vivir, él, su afecto y todos los momentos que esperaba que pasáramos juntos. Él sabía que era difícil que volviera a confiar, que sería complicado el entregar de nuevo todo a una persona, teniéndote a ti de precedente, pero nunca me abandonó; estuvo de mi lado siempre que le necesité, y eso para mí era algo más de lo que tú habías hecho; no me abandonó cuando más lo necesitaba; y sí, claro que lloré por él, y lo sabe, sabe que también me ha hecho daño, que también confié en él y me ha fallado, pero no puedo comparar todo lo que tú has hecho con lo que él me ha provocado; y sabe que tú has sido demasiado importante para mí como para borrarte de mi vida de un plumazo, pero siempre está, y no sé por qué, pero me da la sensación de que, a partir de ahora, creceré con él, y no me arrepiento, claro que no, por que al fin, vuelvo a tener la oportunidad que tú me robaste de tan trágica manera, vuelvo a tener la oportunidad de confiar en alguien.
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Me siento bien. Me siento llena de paz. Ahora que al fin te marchaste, puedo presumir de volver a vivir tal y como yo siempre había soñado. Te prometí que siempre estaría contigo, te dije que jamás te iba a dejar, y no he cumplido mi promesa, lo sé, pero tú tampoco, tu también prometiste que, pasara lo que pasara siempre ibas a ser el mismo, dijiste que siempre estarías ahí, para todo, daría igual lo que pasara, y también faltaste a tu palabra. En el fondo somos bastante parecidos ¿no crees? Yo creo que sí, pero hay algo que nos diferencia; yo lamento haber faltado a mi promesa, lo siento tanto que no sé ni cómo explicártelo, sin embargo tú no, no parece que te importe el haberme dejado hecha trizas; tal vez si que lo sientes, pero nunca me lo has hecho saber de ninguna forma, así que, hasta que me saques de mi error, si es que realmente estoy equivocada, seguiré pensando que no te importo absolutamente nada.
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Cristal. Detrás de eso de escondías. Detrás de pesadas y relucientes puertas de cristal. Aún cuando paso por delante de esa puerta que me vio crecer, que me vio ilusionarme y al segundo gritar con voz desgarradora de rabia, lloro, y no te puedes imaginar el daño que me hace darme cuenta de que todo lo he hice no sirvió para nada. Me rompiste el corazón una y otra vez, y yo, estúpida de mí, seguía confiando en ti. Me tuviste a 1000 1000 kilómetros del suelo, flotando, colgada de una cuerda, una cuerda que sabías que se podía romper, lo sabías, aún así dejaste que todo siguiera su curso, no hiciste nada por mantenerme a tu lado. Cuanto de diste cuenta de que poco a poco me iba marchando, pediste perdón de todas las maneras posibles, teniendo conciencia de que no te serviría para nada, me dijiste que me necesitabas una y otra vez, te arrastraste de la misma manera de la que lo había hecho yo, y ¿sabes qué? por una vez sentí que estabas realmente en mi piel, que te habías percatado de todo lo que había pasado, de todo lo que habías dejado atrás. Y mientras yo me iba me di la vuelta, y te dije que ya no servía de nada, el daño ya estaba hecho, ya no podías cambiar lo que había sucedido, todo había pasado y no había vuelta atrás. Durante mucho tiempo estuve esperando que alguien, cualquier persona, viniera a rescatar el naufragio que habías causado en mi vida; por un momento pensé que siempre estaría sola, que nadie vendría a ayudarme a salir de todo el lío en el que me había metido por ti, pero que equivocaba. De repente apareció él, con sus perfectos ojos, su perfecta figura y sus promesas. En ese momento me di cuenta de que ya no estaría sola nunca más, él estaría conmigo. De repente, mi vida volvía a cobrar sentido, volvía a tener un motivo por el que vivir, él, su afecto y todos los momentos que esperaba que pasáramos juntos. Él sabía que era difícil que volviera a confiar, que sería complicado el entregar de nuevo todo a una persona, teniéndote a ti de precedente, pero nunca me abandonó; estuvo de mi lado siempre que le necesité, y eso para mí era algo más de lo que tú habías hecho; no me abandonó cuando más lo necesitaba; y sí, claro que lloré por él, y lo sabe, sabe que también me ha hecho daño, que también confié en él y me ha fallado, pero no puedo comparar todo lo que tú has hecho con lo que él me ha provocado; y sabe que tú has sido demasiado importante para mí como para borrarte de mi vida de un plumazo, pero siempre está, y no sé por qué, pero me da la sensación de que, a partir de ahora, creceré con él, y no me arrepiento, claro que no, por que al fin, vuelvo a tener la oportunidad que tú me robaste de tan trágica manera, vuelvo a tener la oportunidad de confiar en alguien.
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