El timbre que anuncia el final de la jornada escolar hace que despierte de su ensoñación.
Sus compañeros salen escandalosamente mientras ella recoge lentamente sus libros y los introduce en la mochila.
Se levanta del asiento como impulsada desde el trasero cuando él, bajando las escaleras, se para en la puerta de la clase, traspasa ligeramente el umbral y le dedica una sonrisa. Una sonrisa que a ella le servirá para tirar todo el fin de semana.
Su cuerpo magullado grita de dolor en su interior cuando se coloca la mochila cerrada a la espalda. –Espero que no estén fuera esperando… Como siempre- piensa una y otra vez mientras baja las escaleras que la llevarán hacia la rutina diaria de dolor.
Mira al cielo una y otra vez suplicando a un ser que no sabe si de verdad está ahí, por que no estén; suplica que le den un respiro, unos días de descanso sin gemidos de dolor que ocultar.
Pero no. Sus suplicas, como cada día, se las lleva el viento.
Y allí esperan, en la puerta, apoyados en la verja de enfrente del colegio su salida.
Un día tras otro. Una semana tras otra.
Al instante comienzan con la rutina. Comentaros ofensivos que debe ignorar si no quiere meterse en más líos. Pero de todas maneras, aunque los ignore, no puede olvidar que están ahí, no puede tapar sus oídos a cosas que son ciertas.
Y no para de preguntarse -¿por qué a mí?- Y nadie tiene repuesta para esa pobre criatura que se desliza entre las sombras día tras día.
Primer golpe. Al suelo.
Segundo golpe. Tirón del pelo.
Tercer golpe. Patada en el estómago.
De nuevo levanta la vista, de nuevo solloza implorando un minuto de tranquilidad en su ya más que deshecha vida.
Les mira con ojos suplicantes, pero ellos lo único que hacen es reírse.
Cuarto golpe. Puñetazo en la cara.
¿Resultado?
Inconsciencia.
Pasan los segundos, y sigue tirada en el suelo.
Tiene los ojos abiertos.
Le duele cada músculo de su maltrecho cuerpo; es la peor paliza que le han dado, y todo ¿por qué? Por ser sincera cuando el director preguntó que quién había tirado la piedra y, por lo tanto, roto el cristal.
Estaba cansada de pagar siempre por las cosas que habían hecho los demás, por eso dijo la verdad.
Tal vez debería haber callado, tal vez no debería haber delatado a nadie, pero ya no había vuelta atrás, y por consiguiente, sabía que nada más salir que esperaría otra paliza.
El mundo daba vueltas.
No siente ni un solo músculo ni hueso de su cuerpo.
Pestañea por acción involuntaria.
Da la impresión de que le han deshecho incluso algunos órganos, siente líquido en los pulmones y no puede respirar.
Sigue con los ojos cerrados.
De pronto, una mano acaricia suavemente su brazo; de arriba abajo.
Los pelos se le ponen de punta al sentir el contacto de la piel fría de la otra persona con la suya.
Abre los ojos, mira hacia su derecha, donde aún siente la presión de una mano contra su cuerpo, y allí está él, tirado en el suelo, sangrando por todos los orificios que tiene en la cara, mirándola de una manera indescriptible.
-¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que te ha pasado?- pregunta, intentando incorporarse, al segundo, piensa que es mejor seguir tirada en el suelo. Duele. Duele mucho.
-Intenté impedirlo, intenté que te dejaran, pero supongo que soy demasiado débil para todos ellos –contestó él, dirigiendo la mirada hacia el cielo. Contenía las lágrimas a duras penas, tenía los ojos rojos e hinchados, pero ella no supo si por los golpes o por las ganas que tendría de desahogarse y llorar.
-No eres débil..
-Claro que lo soy, si fuera fuerte no te habrían echo esto -comenzó a maldecirse a sí mismo.
-No. Si fueras débil no te habrías enfrentado a ellos sabiendo que podrías acabar así. Los débiles son ellos, que no se enfrentan a las cosas solos, sino en grupo. Eso sí es de ser débiles –la voz se le ahogaba por el esfuerzo de tener que articular palabras sin apenas poder respirar.
Se miraron durante unos segundos, quizá horas.
Y en el instante en que se intentaban acercar poco a poco, una ambulancia apareció doblando la esquina.
Les separaron al momento, y antes de que él le hubiera soltado el brazo, la sonrió de tal manera que ella sentía que podría dominar el mundo.
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