La canción "Walk away" de Aloha from hell me inspiró para escribir esto.
No había pegado ojo en toda la noche desde nuestra conversación y desde que te marchaste al cuarto de al lado.
La luz de la mañana entra en la habitación a través de los ventanales.
Las largas cortinas se mueven delicadamente, las observo mientras pienso en todas esas cosa que te dije.
Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar cómo empalidecías poco a poco, con cada palabra que salía de mi boca.
Sé que hice mal, que no debí dejarte que pensaras de mí de manera equivocada, pero eras feliz, estabas feliz, después de tanto tiempo, sonreías, no me veía capaz de quitarte esa ilusión, aunque sabía que, a la larga, sería peor.
Una gruesa y silenciosa lágrima cae por mi rostro, pero la seco nada más desprenderse de mis pestañas. No puedo ser débil ahora. Ahora que al fin todo te lo dejé claro, no puedo rendirme.
No sabes el daño que me hace haberte causado tanta desgracia en tan poco tiempo, te dije que te quería aunque no lo sintiera así, sé que fue un error, un error que ahora estoy pagando, aunque ni siquiera lo sabes.
Me invade la tristeza al recordar tu hermosa cara contraerse por el dolor otra vez, tus claros ojos azules enrojecerse de nuevo.
El pensar que antes, yo era la que evitaba todo esto y ahora lo estoy causando, es lo que no me deja vivir.
Durante tres meses viví engañándote y engañándome a mi misma.
Siempre albergaba la esperanza de que tarde o temprano te querría, pero no, jamás pude pensar en ti como eso, aunque a ti te lo hice creer.
Me levanto de la cama y me dirijo al baño contiguo directamente para darme una ducha bien fría.
El avión sale en tres horas y debo estar dos horas antes en el aeropuerto, y aún no he terminado de recoger mis cosas.
Tras la ducha, me vestí y me dispuse a recoger las cosas que quedaban desperdigadas por el cuatro de baño para cerrar definitivamente mi maleta.
A los quince minutos abrí lentamente la puerta del dormitorio para evitar despertarte, aunque supuse que habrías dormido lo mismo o menos que yo.
Durante una fracción de segundo me planteé llamar a tu puerta para decirte adiós, pero después de lo que te había hecho, decidí que sería mejor dejarlo estar, ya llamaría cuando se me calmara el coco.
Bajé silenciosamente las escaleras de la casa, con la pesada maleta al hombro. Fui hasta la puerta para dejar en la entrada mi equipaje y me dirigí a la cocina con intención de coger una manzana para comérmela en el taxi. Las lágrimas volvían a mis ojos, me escocían aunque no hacía más que restregar mis dañados ojos por el esfuerzo de mantener las lágrimas dentro de mí el mayor tiempo posible.
Una vez más, tu presencia desbarató mis ideas e hizo que olvidara para que había ido a la cocina.
Estabas en la mesa, se encontraba en medio de la amplia estancia. Te encontrabas sentado de espaldas a mí, pero sabías que estaba, pues te pusiste rígido cuando oíste cómo se agitó mi respiración al encontrarte allí.
Intenté mantener la poca dignidad que me quedaba y me encaminé hacia el frutero, que reposaba delante de ti, sobre la mesa.
Dando lentos y dubitativos pasos me situé detrás de ti; tuve el impulso de acariciarte el cuello, como tantas otras veces, como cuando te calmaba, pero no me veía capaz del todo, además sería peor, después de lo que había hecho debía mantener las distancias.
Rodeé la mesa y me puse delante de ti, sin atreverme a mirarte a la cara. Agarré una manzana con la mano y con paso ligero salí de la habitación.
Ya en la puerta, me abroché el abrigo, puse una mano en el pomo de la puerta y, cuando me disponía a agarrar con la otra mano el asa de mi maleta, tus dedos se amarraron con dulzura a mi muñeca y con un gesto, me obligaste a mirarte a la cara y lo que vi me destrozó por completo.
En tu rostro no había ni rastro del chico que conocí hacía tanto tiempo.
Tu cara estaba contraída de dolor, tus ojos habían perdido el brillo que habían tenido apenas doce horas antes, tus labios estaban apretados formando una fina línea.
Con un hilo de voz susurraste.
-Por favor, tú no.. – tu voz se resquebrajó por completo y las lágrimas surcaban a sus anchas por tu cara.
-Lo siento David, lo siento mucho. No puedo engañarte más. Lo siento.
Me solté de tu mano y agarré mi pesada bolsa. Abrí la puerta de la calle. El frío viento de invierno me golpeó en la cara, pero le hice frente. Salí con paso decidido, intentando no derramar ni una sola lágrima delante de ti.
Tus palabras me helaron.
-Te quiero – susurrase de nuevo y, con un portazo, volviste dentro de la casa.
En ese momento me derrumbé del todo. Comencé a llorar sin descanso, controlando mis sollozos, intentando que no llegaran a tus oídos.
-Yo también.
miércoles, 7 de enero de 2009
Tú, yo.. y ellos
El timbre que anuncia el final de la jornada escolar hace que despierte de su ensoñación.
Sus compañeros salen escandalosamente mientras ella recoge lentamente sus libros y los introduce en la mochila.
Se levanta del asiento como impulsada desde el trasero cuando él, bajando las escaleras, se para en la puerta de la clase, traspasa ligeramente el umbral y le dedica una sonrisa. Una sonrisa que a ella le servirá para tirar todo el fin de semana.
Su cuerpo magullado grita de dolor en su interior cuando se coloca la mochila cerrada a la espalda. –Espero que no estén fuera esperando… Como siempre- piensa una y otra vez mientras baja las escaleras que la llevarán hacia la rutina diaria de dolor.
Mira al cielo una y otra vez suplicando a un ser que no sabe si de verdad está ahí, por que no estén; suplica que le den un respiro, unos días de descanso sin gemidos de dolor que ocultar.
Pero no. Sus suplicas, como cada día, se las lleva el viento.
Y allí esperan, en la puerta, apoyados en la verja de enfrente del colegio su salida.
Un día tras otro. Una semana tras otra.
Al instante comienzan con la rutina. Comentaros ofensivos que debe ignorar si no quiere meterse en más líos. Pero de todas maneras, aunque los ignore, no puede olvidar que están ahí, no puede tapar sus oídos a cosas que son ciertas.
Y no para de preguntarse -¿por qué a mí?- Y nadie tiene repuesta para esa pobre criatura que se desliza entre las sombras día tras día.
Primer golpe. Al suelo.
Segundo golpe. Tirón del pelo.
Tercer golpe. Patada en el estómago.
De nuevo levanta la vista, de nuevo solloza implorando un minuto de tranquilidad en su ya más que deshecha vida.
Les mira con ojos suplicantes, pero ellos lo único que hacen es reírse.
Cuarto golpe. Puñetazo en la cara.
¿Resultado?
Inconsciencia.
Pasan los segundos, y sigue tirada en el suelo.
Tiene los ojos abiertos.
Le duele cada músculo de su maltrecho cuerpo; es la peor paliza que le han dado, y todo ¿por qué? Por ser sincera cuando el director preguntó que quién había tirado la piedra y, por lo tanto, roto el cristal.
Estaba cansada de pagar siempre por las cosas que habían hecho los demás, por eso dijo la verdad.
Tal vez debería haber callado, tal vez no debería haber delatado a nadie, pero ya no había vuelta atrás, y por consiguiente, sabía que nada más salir que esperaría otra paliza.
El mundo daba vueltas.
No siente ni un solo músculo ni hueso de su cuerpo.
Pestañea por acción involuntaria.
Da la impresión de que le han deshecho incluso algunos órganos, siente líquido en los pulmones y no puede respirar.
Sigue con los ojos cerrados.
De pronto, una mano acaricia suavemente su brazo; de arriba abajo.
Los pelos se le ponen de punta al sentir el contacto de la piel fría de la otra persona con la suya.
Abre los ojos, mira hacia su derecha, donde aún siente la presión de una mano contra su cuerpo, y allí está él, tirado en el suelo, sangrando por todos los orificios que tiene en la cara, mirándola de una manera indescriptible.
-¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que te ha pasado?- pregunta, intentando incorporarse, al segundo, piensa que es mejor seguir tirada en el suelo. Duele. Duele mucho.
-Intenté impedirlo, intenté que te dejaran, pero supongo que soy demasiado débil para todos ellos –contestó él, dirigiendo la mirada hacia el cielo. Contenía las lágrimas a duras penas, tenía los ojos rojos e hinchados, pero ella no supo si por los golpes o por las ganas que tendría de desahogarse y llorar.
-No eres débil..
-Claro que lo soy, si fuera fuerte no te habrían echo esto -comenzó a maldecirse a sí mismo.
-No. Si fueras débil no te habrías enfrentado a ellos sabiendo que podrías acabar así. Los débiles son ellos, que no se enfrentan a las cosas solos, sino en grupo. Eso sí es de ser débiles –la voz se le ahogaba por el esfuerzo de tener que articular palabras sin apenas poder respirar.
Se miraron durante unos segundos, quizá horas.
Y en el instante en que se intentaban acercar poco a poco, una ambulancia apareció doblando la esquina.
Les separaron al momento, y antes de que él le hubiera soltado el brazo, la sonrió de tal manera que ella sentía que podría dominar el mundo.
Sus compañeros salen escandalosamente mientras ella recoge lentamente sus libros y los introduce en la mochila.
Se levanta del asiento como impulsada desde el trasero cuando él, bajando las escaleras, se para en la puerta de la clase, traspasa ligeramente el umbral y le dedica una sonrisa. Una sonrisa que a ella le servirá para tirar todo el fin de semana.
Su cuerpo magullado grita de dolor en su interior cuando se coloca la mochila cerrada a la espalda. –Espero que no estén fuera esperando… Como siempre- piensa una y otra vez mientras baja las escaleras que la llevarán hacia la rutina diaria de dolor.
Mira al cielo una y otra vez suplicando a un ser que no sabe si de verdad está ahí, por que no estén; suplica que le den un respiro, unos días de descanso sin gemidos de dolor que ocultar.
Pero no. Sus suplicas, como cada día, se las lleva el viento.
Y allí esperan, en la puerta, apoyados en la verja de enfrente del colegio su salida.
Un día tras otro. Una semana tras otra.
Al instante comienzan con la rutina. Comentaros ofensivos que debe ignorar si no quiere meterse en más líos. Pero de todas maneras, aunque los ignore, no puede olvidar que están ahí, no puede tapar sus oídos a cosas que son ciertas.
Y no para de preguntarse -¿por qué a mí?- Y nadie tiene repuesta para esa pobre criatura que se desliza entre las sombras día tras día.
Primer golpe. Al suelo.
Segundo golpe. Tirón del pelo.
Tercer golpe. Patada en el estómago.
De nuevo levanta la vista, de nuevo solloza implorando un minuto de tranquilidad en su ya más que deshecha vida.
Les mira con ojos suplicantes, pero ellos lo único que hacen es reírse.
Cuarto golpe. Puñetazo en la cara.
¿Resultado?
Inconsciencia.
Pasan los segundos, y sigue tirada en el suelo.
Tiene los ojos abiertos.
Le duele cada músculo de su maltrecho cuerpo; es la peor paliza que le han dado, y todo ¿por qué? Por ser sincera cuando el director preguntó que quién había tirado la piedra y, por lo tanto, roto el cristal.
Estaba cansada de pagar siempre por las cosas que habían hecho los demás, por eso dijo la verdad.
Tal vez debería haber callado, tal vez no debería haber delatado a nadie, pero ya no había vuelta atrás, y por consiguiente, sabía que nada más salir que esperaría otra paliza.
El mundo daba vueltas.
No siente ni un solo músculo ni hueso de su cuerpo.
Pestañea por acción involuntaria.
Da la impresión de que le han deshecho incluso algunos órganos, siente líquido en los pulmones y no puede respirar.
Sigue con los ojos cerrados.
De pronto, una mano acaricia suavemente su brazo; de arriba abajo.
Los pelos se le ponen de punta al sentir el contacto de la piel fría de la otra persona con la suya.
Abre los ojos, mira hacia su derecha, donde aún siente la presión de una mano contra su cuerpo, y allí está él, tirado en el suelo, sangrando por todos los orificios que tiene en la cara, mirándola de una manera indescriptible.
-¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que te ha pasado?- pregunta, intentando incorporarse, al segundo, piensa que es mejor seguir tirada en el suelo. Duele. Duele mucho.
-Intenté impedirlo, intenté que te dejaran, pero supongo que soy demasiado débil para todos ellos –contestó él, dirigiendo la mirada hacia el cielo. Contenía las lágrimas a duras penas, tenía los ojos rojos e hinchados, pero ella no supo si por los golpes o por las ganas que tendría de desahogarse y llorar.
-No eres débil..
-Claro que lo soy, si fuera fuerte no te habrían echo esto -comenzó a maldecirse a sí mismo.
-No. Si fueras débil no te habrías enfrentado a ellos sabiendo que podrías acabar así. Los débiles son ellos, que no se enfrentan a las cosas solos, sino en grupo. Eso sí es de ser débiles –la voz se le ahogaba por el esfuerzo de tener que articular palabras sin apenas poder respirar.
Se miraron durante unos segundos, quizá horas.
Y en el instante en que se intentaban acercar poco a poco, una ambulancia apareció doblando la esquina.
Les separaron al momento, y antes de que él le hubiera soltado el brazo, la sonrió de tal manera que ella sentía que podría dominar el mundo.
estoy contigo..
Llueve, como desde hace una semana.
Gota. Paso. Gota. Paso. Y más gotas. Y más pasos.
Y aún sigo esperando en medio del puente a que por fin aparezcas, como prometiste.
La música retumba en mis oídos pero no escucho nada, solo silencio y siento a mi alrededor una tensión que puede cortarse.
¿Es que has olvidado que estoy esperando? ¿Lo que dijiste era mentira?
Una y otra vez estas preguntas aparecen en mi mente nublando poco a poco tu imagen de mi cabeza. No lo sé, y por lo tanto, sigo esperando a que vengas a llevarme a casa.
Es una noche fría.
Me paro a pensar qué es lo que he hecho hasta ahora, en qué ha consistido mi vida hasta este momento y este lugar donde me encuentro en este instante.
Un sitio desconocido, unas personas que no conozco me rodean por todos lados, pero ya no me asusto como al principio, ya no. Estoy acostumbrada ya a que me miren de forma extraña, normal, tres grados bajo cero, lloviendo a cántaros y ni siquiera busco un portal para resguardarme del aguacero; ni de coña, seguro que si me voy no me verás, te pensarás que no estoy esperando, y te irás por donde has venido. No, no me puedo arriesgar a eso; si cojo una pulmonía la cogeré teniendo presente que me puse enferma esperándote.
La gente camina a mi alrededor resguardándose del horrible temporal que azota la cuidad.
Doy vueltas de un lado a otro sobre mí misma, buscándote en cada persona que pasa, pero no logro encontrarte, y ya pasa más de una hora de cuando habíamos quedado.
¿Por qué nada irá bien? Todo es un desastre; mi vida es un desastre, el tiempo es horroroso y estoy sola en una cuidad desconocida. Sola, y no me gusta estar sola, a nadie le gusta estar solo.
¿Es que lo que me contaste era un cuento? ¿No sentías de verdad lo que decías?
La cantidad inmensa de preguntas que tengo en mi cabeza siguen sin respuesta, ninguna de ellas tiene contestación.
La confusión comienza a invadir mi mente y pienso en ti. En cómo te conocí, en cómo eres o, al menos, como creo yo que eres.
Es en ese momento cuando me doy cuenta de que, en realidad no te conozco, no sé nada de ti; no sé que piensas cuando me miras a la cara, ni que sientes cuando te ríes, ni sé que es lo que más deseas.
No sé quién eres, eres un completo desconocido, y he tardado más de un año en darme cuenta.
Quizás esté loca, quizás estoy delirando. Sí, por ti. Tú me haces delirar, tú me haces crecer aunque no lo creas.
Mientras el viento azota mi rostro, siento que me llevas a un lugar apartado, lejos, muy lejos de aquí, donde podría hacerte mil preguntas sin temer la respuesta.
De pronto, unos dedos fríos me agarran la mano suavemente, vuelvo la cara y ahí estás.
Me deslumbra la palidez de tu rostro, no te recordaba así, pero supongo que es la noche la que hace que tus facciones sean más duras.
Lentamente, entrelazo mis dedos con los tuyos y agarro tu mano con fuerza, para que no te vayas nunca, nunca más, pero te escapas, es como si no quisieras estar aquí.
De pronto y como si metieran un chip en mi cabeza, veo imágenes tuyas, de hace tan sólo veinte minutos.
Te veo.
Dejas a tus compañeros y te metes en el coche.
A continuación empiezas a conducir lentamente.
Hay mucho atasco por la lluvia. Miras el reloj una y otra vez y te maldices por que llegarás tarde.
Te enciendes un cigarro para tratar de calmarte.
Los coches se mueven de nuevo.
De repente, un destello de luz te ciega; abres la boca y dejas caer el pitillo encendido en el asiento entre tus piernas. No te da tiempo a moverte, estás paralizado por el miedo cuando otro coche derrapa y te lleva por delante.
Las lágrimas comienzan a caer sin descanso por mi rostro. No es que no quisieras venir, es que ni siquiera te había dado tiempo a doblar la esquina.
Un nudo en mi garganta me impide respirar. Siento mareos y al instante tengo ganas de vomitar.
Me arrodillo en el suelo mojado, escondiendo mi cara entre las manos, sollozando audiblemente.
La gente pasa a mi alrededor; se quedan mirando, pero nadie se para a ver que es lo que ocurre.
Grito desgarradoramente, entre las gotas de lluvia, mientras levanto la cabeza poco a poco, para que el agua caiga en mi cara y así intentar despejarme, aunque sé que es imposible.
-No quiero que estés así. Precisamente he venido a decirte que me alegro de haberte conocido, me alegro de que hayamos compartido juntos unos escasos momentos de tu vida, y las últimas horas de mi existencia.
Mis llantos se ahogan mientras veo tu figura arrodillada junto a mí en el suelo, mirándome a los ojos.
Posas tus manos obre mis rodillas y las acaricias suavemente; es débil, pero aún puedo sentir tu calor.
-No puedes hacerme esto, no puedes irte ahora. Tengo que preguntarte muchas cosas. Tengo que hacer muchas cosas contigo. Tengo una eternidad que contarte. No puedes irte todavía, si lo haces te odiaré hasta que me muera, te lo juro - dije rencorosa.
-¿Crees que yo querría irme? Claro que no, pero es lo que toca.
-No puedes hacerme esto, no te lo permito – le dije enfadada.
-Lo siento – se quedó pensativo - Lo que no entiendo es por qué significo tanto para ti, si apenas me conoces y yo no te conozco.
-No lo sé. Lo único que entiendo es que te necesito ahora. Si te vas me quedaré sola y no sabré que hacer.
-Claro que sabrás que hacer, ¡eres fuerte! – exclamó - Y, de todas maneras, no estarás sola. Yo estaré contigo, siempre. Cuando te sientas mal, cuando pienses que, como ahora, todo se ha acabado, mira a tu alrededor, que aunque no me veas, estaré, me sentirás contigo. Siempre.
Y se marchó sin decir adiós.
Lo único que sé es que es cierto.
No sé cómo, pero cuando estoy mal, una brisa de aire roza mi cara y susurra mi nombre, y en esa voz, puedo distinguir a esa persona que me robó los mejores momentos que he vivido.
Gota. Paso. Gota. Paso. Y más gotas. Y más pasos.
Y aún sigo esperando en medio del puente a que por fin aparezcas, como prometiste.
La música retumba en mis oídos pero no escucho nada, solo silencio y siento a mi alrededor una tensión que puede cortarse.
¿Es que has olvidado que estoy esperando? ¿Lo que dijiste era mentira?
Una y otra vez estas preguntas aparecen en mi mente nublando poco a poco tu imagen de mi cabeza. No lo sé, y por lo tanto, sigo esperando a que vengas a llevarme a casa.
Es una noche fría.
Me paro a pensar qué es lo que he hecho hasta ahora, en qué ha consistido mi vida hasta este momento y este lugar donde me encuentro en este instante.
Un sitio desconocido, unas personas que no conozco me rodean por todos lados, pero ya no me asusto como al principio, ya no. Estoy acostumbrada ya a que me miren de forma extraña, normal, tres grados bajo cero, lloviendo a cántaros y ni siquiera busco un portal para resguardarme del aguacero; ni de coña, seguro que si me voy no me verás, te pensarás que no estoy esperando, y te irás por donde has venido. No, no me puedo arriesgar a eso; si cojo una pulmonía la cogeré teniendo presente que me puse enferma esperándote.
La gente camina a mi alrededor resguardándose del horrible temporal que azota la cuidad.
Doy vueltas de un lado a otro sobre mí misma, buscándote en cada persona que pasa, pero no logro encontrarte, y ya pasa más de una hora de cuando habíamos quedado.
¿Por qué nada irá bien? Todo es un desastre; mi vida es un desastre, el tiempo es horroroso y estoy sola en una cuidad desconocida. Sola, y no me gusta estar sola, a nadie le gusta estar solo.
¿Es que lo que me contaste era un cuento? ¿No sentías de verdad lo que decías?
La cantidad inmensa de preguntas que tengo en mi cabeza siguen sin respuesta, ninguna de ellas tiene contestación.
La confusión comienza a invadir mi mente y pienso en ti. En cómo te conocí, en cómo eres o, al menos, como creo yo que eres.
Es en ese momento cuando me doy cuenta de que, en realidad no te conozco, no sé nada de ti; no sé que piensas cuando me miras a la cara, ni que sientes cuando te ríes, ni sé que es lo que más deseas.
No sé quién eres, eres un completo desconocido, y he tardado más de un año en darme cuenta.
Quizás esté loca, quizás estoy delirando. Sí, por ti. Tú me haces delirar, tú me haces crecer aunque no lo creas.
Mientras el viento azota mi rostro, siento que me llevas a un lugar apartado, lejos, muy lejos de aquí, donde podría hacerte mil preguntas sin temer la respuesta.
De pronto, unos dedos fríos me agarran la mano suavemente, vuelvo la cara y ahí estás.
Me deslumbra la palidez de tu rostro, no te recordaba así, pero supongo que es la noche la que hace que tus facciones sean más duras.
Lentamente, entrelazo mis dedos con los tuyos y agarro tu mano con fuerza, para que no te vayas nunca, nunca más, pero te escapas, es como si no quisieras estar aquí.
De pronto y como si metieran un chip en mi cabeza, veo imágenes tuyas, de hace tan sólo veinte minutos.
Te veo.
Dejas a tus compañeros y te metes en el coche.
A continuación empiezas a conducir lentamente.
Hay mucho atasco por la lluvia. Miras el reloj una y otra vez y te maldices por que llegarás tarde.
Te enciendes un cigarro para tratar de calmarte.
Los coches se mueven de nuevo.
De repente, un destello de luz te ciega; abres la boca y dejas caer el pitillo encendido en el asiento entre tus piernas. No te da tiempo a moverte, estás paralizado por el miedo cuando otro coche derrapa y te lleva por delante.
Las lágrimas comienzan a caer sin descanso por mi rostro. No es que no quisieras venir, es que ni siquiera te había dado tiempo a doblar la esquina.
Un nudo en mi garganta me impide respirar. Siento mareos y al instante tengo ganas de vomitar.
Me arrodillo en el suelo mojado, escondiendo mi cara entre las manos, sollozando audiblemente.
La gente pasa a mi alrededor; se quedan mirando, pero nadie se para a ver que es lo que ocurre.
Grito desgarradoramente, entre las gotas de lluvia, mientras levanto la cabeza poco a poco, para que el agua caiga en mi cara y así intentar despejarme, aunque sé que es imposible.
-No quiero que estés así. Precisamente he venido a decirte que me alegro de haberte conocido, me alegro de que hayamos compartido juntos unos escasos momentos de tu vida, y las últimas horas de mi existencia.
Mis llantos se ahogan mientras veo tu figura arrodillada junto a mí en el suelo, mirándome a los ojos.
Posas tus manos obre mis rodillas y las acaricias suavemente; es débil, pero aún puedo sentir tu calor.
-No puedes hacerme esto, no puedes irte ahora. Tengo que preguntarte muchas cosas. Tengo que hacer muchas cosas contigo. Tengo una eternidad que contarte. No puedes irte todavía, si lo haces te odiaré hasta que me muera, te lo juro - dije rencorosa.
-¿Crees que yo querría irme? Claro que no, pero es lo que toca.
-No puedes hacerme esto, no te lo permito – le dije enfadada.
-Lo siento – se quedó pensativo - Lo que no entiendo es por qué significo tanto para ti, si apenas me conoces y yo no te conozco.
-No lo sé. Lo único que entiendo es que te necesito ahora. Si te vas me quedaré sola y no sabré que hacer.
-Claro que sabrás que hacer, ¡eres fuerte! – exclamó - Y, de todas maneras, no estarás sola. Yo estaré contigo, siempre. Cuando te sientas mal, cuando pienses que, como ahora, todo se ha acabado, mira a tu alrededor, que aunque no me veas, estaré, me sentirás contigo. Siempre.
Y se marchó sin decir adiós.
Lo único que sé es que es cierto.
No sé cómo, pero cuando estoy mal, una brisa de aire roza mi cara y susurra mi nombre, y en esa voz, puedo distinguir a esa persona que me robó los mejores momentos que he vivido.
Para Blanca <333
El sol asoma tímido por el horizonte cuando, con más de una hora de adelanto, me estoy desperezando en la cama con la colcha aún sobre mi delgado cuerpo. En realidad, podría estar en la acostada bastante rato más, pero me resulta imposible dormir, total, si me he pasado la noche en vela ya me da igual.
Me destapo y mientras restriego mis ojos con las manos me levanto lentamente, me dirijo al baño para tomar una ducha caliente que me relaje y me prepare para el duro día que me espera.
Camino por el pasillo con los ojos medio cerrados, completamente zombie por no haber dormido nada, pero al llegar a la cómoda que está al lado de la puerta del baño levanto mis párpados completamente, y no puedo evitar mirar esa foto nuestra que aún guardo con cariño, para tratar de recordarme que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Me desvisto despacio y me meto en la ducha; abro el grifo del agua caliente y dejo que me empape el pelo completamente. A los 20 minutos salgo del baño con un albornoz tapando mi cuerpo, me dirijo al dormitorio de nuevo.
Ya vestida, vuelvo al baño y seco con una toalla mi pelo castaño con lentitud para pasarme el secador y evitarme un resfriado al salir a la calle.
-Joder, cuatro grados bajo cero, voy a tener que ponerme el traje para esquiar debajo de la ropa – despotrico mientras salgo del baño de nuevo.
Al abrir de nuevo el armario, me doy cuenta de que aún hay en él alguna de tus sudaderas. Con añoranza pero decidida cojo una percha roja, de la cual cuelga la sudadera negra que llevabas el día que te conocí. Sonrío con tristeza al recordar como te marchaste, así, de repente, tan de improviso lo hiciste que aún queda ropa tuya en mi casa.
Con tu chaqueta en la mano me siento en el borde de la cama y me pongo a pensar.
La verdad, no es que me sienta sola desde que te marchaste, es que directamente no siento nada. Todos esos miedos que tenía han vuelto a aparecer desde que no estás, y estoy cansada de no tener a nadie a quien contarle como me siento. Tengo amigas y amigos, claro que sí, pero no es el mismo sentimiento, el mismo amor que siento por ellos, la misma confianza, como la que sentía por ti.
Las heridas permanecen en mi corazón; el dolor que siento cuando te recuerdo es tan fuerte que me impide respirar, y lo peor de todo es que, aunque ha pasado mucho tiempo, nada en mi interior se ha curado.
Llevabas esa sudadera la primera y la única vez que te he visto llorar en mi vida, y yo sequé tus lágrimas como si con eso pudiera disminuir tu dolor. Cuando gritabas de rabia, yo hacía callar las voces de tu cabeza. Estuve contigo todo este tiempo, y aunque todo eso ya ha pasado, no puedo olvidarte, aún estás conmigo, tu presencia no me abandona, tu te llevaste todo de mi vida, te llevaste cualquier indicio que recordara la horrorosa existencia que había llevado hasta ese momento.
Cuando te vi, tus ojos relucían como dos luceros en la oscuridad de mi vida.
Aún de vez en cuando sueño con tu imagen; sueño que estás a mi lado y me llevas contigo, dondequiera que estés.
Mientras pienso he terminado de vestirme y salgo de casa hacia el lugar donde me esperas, al lugar donde permanecerás siempre, sin que nadie haya podido evitarlo.
Aún no hay nadie, estupendo, mejor, así podré hablar contigo una última vez.
Me siento sobre el frío muro de piedra que linda con tu lápida y miro al cielo, buscando la ayuda que necesito para comenzar a hablar contigo.
-No te imaginas las veces que he intentado decirme a mí misma, de todas las maneras posibles que nunca vas a volver, pero que quieres que yo le haga; cuando abro la puerta de casa aún espero que estés en la cocina preparando la cena, espero que estés ahí para abrazarme cuando me siento sola, cuando me siento mal, y no sabes lo difícil que es darme cuenta de que es imposible. No te imaginas lo mucho que lamento que, las últimas palabras que te dije fueran, “enano, te has dejado ropa en casa ¿Qué hago con ella?”. Tú bien sabes lo difícil que fue mi vida hasta el momento en que te conocí, sabes que estuve sola mucho tiempo, hasta que apareciste y me salvaste la vida. Aún te siento conmigo, sé que tu presencia jamás me va a abandonar, eso es lo que me mantiene viva, el saber que ahora estás, de otra manera, pero estás, y después de todo, cuando todo se acabe, cuando la luz se apague completamente en mi vida, cuando no pueda volver atrás, estaré contigo, volveremos a estar juntos, y me reconforta el saber que, como tu me prometiste un día, por mucho tiempo que pase, de una manera u otra, vas a estar conmigo.
La gente comienza a llenar el lugar. Me levanto lentamente mientras pienso en ti, y en esa promesa que me hiciste, de la cual no me olvidaré hasta que me vuelva a encontrar contigo, cosa que espero que tarde mucho en ocurrir, pero hasta que ese momento llegue, yo viviré por los dos.
Me destapo y mientras restriego mis ojos con las manos me levanto lentamente, me dirijo al baño para tomar una ducha caliente que me relaje y me prepare para el duro día que me espera.
Camino por el pasillo con los ojos medio cerrados, completamente zombie por no haber dormido nada, pero al llegar a la cómoda que está al lado de la puerta del baño levanto mis párpados completamente, y no puedo evitar mirar esa foto nuestra que aún guardo con cariño, para tratar de recordarme que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Me desvisto despacio y me meto en la ducha; abro el grifo del agua caliente y dejo que me empape el pelo completamente. A los 20 minutos salgo del baño con un albornoz tapando mi cuerpo, me dirijo al dormitorio de nuevo.
Ya vestida, vuelvo al baño y seco con una toalla mi pelo castaño con lentitud para pasarme el secador y evitarme un resfriado al salir a la calle.
-Joder, cuatro grados bajo cero, voy a tener que ponerme el traje para esquiar debajo de la ropa – despotrico mientras salgo del baño de nuevo.
Al abrir de nuevo el armario, me doy cuenta de que aún hay en él alguna de tus sudaderas. Con añoranza pero decidida cojo una percha roja, de la cual cuelga la sudadera negra que llevabas el día que te conocí. Sonrío con tristeza al recordar como te marchaste, así, de repente, tan de improviso lo hiciste que aún queda ropa tuya en mi casa.
Con tu chaqueta en la mano me siento en el borde de la cama y me pongo a pensar.
La verdad, no es que me sienta sola desde que te marchaste, es que directamente no siento nada. Todos esos miedos que tenía han vuelto a aparecer desde que no estás, y estoy cansada de no tener a nadie a quien contarle como me siento. Tengo amigas y amigos, claro que sí, pero no es el mismo sentimiento, el mismo amor que siento por ellos, la misma confianza, como la que sentía por ti.
Las heridas permanecen en mi corazón; el dolor que siento cuando te recuerdo es tan fuerte que me impide respirar, y lo peor de todo es que, aunque ha pasado mucho tiempo, nada en mi interior se ha curado.
Llevabas esa sudadera la primera y la única vez que te he visto llorar en mi vida, y yo sequé tus lágrimas como si con eso pudiera disminuir tu dolor. Cuando gritabas de rabia, yo hacía callar las voces de tu cabeza. Estuve contigo todo este tiempo, y aunque todo eso ya ha pasado, no puedo olvidarte, aún estás conmigo, tu presencia no me abandona, tu te llevaste todo de mi vida, te llevaste cualquier indicio que recordara la horrorosa existencia que había llevado hasta ese momento.
Cuando te vi, tus ojos relucían como dos luceros en la oscuridad de mi vida.
Aún de vez en cuando sueño con tu imagen; sueño que estás a mi lado y me llevas contigo, dondequiera que estés.
Mientras pienso he terminado de vestirme y salgo de casa hacia el lugar donde me esperas, al lugar donde permanecerás siempre, sin que nadie haya podido evitarlo.
Aún no hay nadie, estupendo, mejor, así podré hablar contigo una última vez.
Me siento sobre el frío muro de piedra que linda con tu lápida y miro al cielo, buscando la ayuda que necesito para comenzar a hablar contigo.
-No te imaginas las veces que he intentado decirme a mí misma, de todas las maneras posibles que nunca vas a volver, pero que quieres que yo le haga; cuando abro la puerta de casa aún espero que estés en la cocina preparando la cena, espero que estés ahí para abrazarme cuando me siento sola, cuando me siento mal, y no sabes lo difícil que es darme cuenta de que es imposible. No te imaginas lo mucho que lamento que, las últimas palabras que te dije fueran, “enano, te has dejado ropa en casa ¿Qué hago con ella?”. Tú bien sabes lo difícil que fue mi vida hasta el momento en que te conocí, sabes que estuve sola mucho tiempo, hasta que apareciste y me salvaste la vida. Aún te siento conmigo, sé que tu presencia jamás me va a abandonar, eso es lo que me mantiene viva, el saber que ahora estás, de otra manera, pero estás, y después de todo, cuando todo se acabe, cuando la luz se apague completamente en mi vida, cuando no pueda volver atrás, estaré contigo, volveremos a estar juntos, y me reconforta el saber que, como tu me prometiste un día, por mucho tiempo que pase, de una manera u otra, vas a estar conmigo.
La gente comienza a llenar el lugar. Me levanto lentamente mientras pienso en ti, y en esa promesa que me hiciste, de la cual no me olvidaré hasta que me vuelva a encontrar contigo, cosa que espero que tarde mucho en ocurrir, pero hasta que ese momento llegue, yo viviré por los dos.
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