Llueve, como desde hace una semana.
Gota. Paso. Gota. Paso. Y más gotas. Y más pasos.
Y aún sigo esperando en medio del puente a que por fin aparezcas, como prometiste.
La música retumba en mis oídos pero no escucho nada, solo silencio y siento a mi alrededor una tensión que puede cortarse.
¿Es que has olvidado que estoy esperando? ¿Lo que dijiste era mentira?
Una y otra vez estas preguntas aparecen en mi mente nublando poco a poco tu imagen de mi cabeza. No lo sé, y por lo tanto, sigo esperando a que vengas a llevarme a casa.
Es una noche fría.
Me paro a pensar qué es lo que he hecho hasta ahora, en qué ha consistido mi vida hasta este momento y este lugar donde me encuentro en este instante.
Un sitio desconocido, unas personas que no conozco me rodean por todos lados, pero ya no me asusto como al principio, ya no. Estoy acostumbrada ya a que me miren de forma extraña, normal, tres grados bajo cero, lloviendo a cántaros y ni siquiera busco un portal para resguardarme del aguacero; ni de coña, seguro que si me voy no me verás, te pensarás que no estoy esperando, y te irás por donde has venido. No, no me puedo arriesgar a eso; si cojo una pulmonía la cogeré teniendo presente que me puse enferma esperándote.
La gente camina a mi alrededor resguardándose del horrible temporal que azota la cuidad.
Doy vueltas de un lado a otro sobre mí misma, buscándote en cada persona que pasa, pero no logro encontrarte, y ya pasa más de una hora de cuando habíamos quedado.
¿Por qué nada irá bien? Todo es un desastre; mi vida es un desastre, el tiempo es horroroso y estoy sola en una cuidad desconocida. Sola, y no me gusta estar sola, a nadie le gusta estar solo.
¿Es que lo que me contaste era un cuento? ¿No sentías de verdad lo que decías?
La cantidad inmensa de preguntas que tengo en mi cabeza siguen sin respuesta, ninguna de ellas tiene contestación.
La confusión comienza a invadir mi mente y pienso en ti. En cómo te conocí, en cómo eres o, al menos, como creo yo que eres.
Es en ese momento cuando me doy cuenta de que, en realidad no te conozco, no sé nada de ti; no sé que piensas cuando me miras a la cara, ni que sientes cuando te ríes, ni sé que es lo que más deseas.
No sé quién eres, eres un completo desconocido, y he tardado más de un año en darme cuenta.
Quizás esté loca, quizás estoy delirando. Sí, por ti. Tú me haces delirar, tú me haces crecer aunque no lo creas.
Mientras el viento azota mi rostro, siento que me llevas a un lugar apartado, lejos, muy lejos de aquí, donde podría hacerte mil preguntas sin temer la respuesta.
De pronto, unos dedos fríos me agarran la mano suavemente, vuelvo la cara y ahí estás.
Me deslumbra la palidez de tu rostro, no te recordaba así, pero supongo que es la noche la que hace que tus facciones sean más duras.
Lentamente, entrelazo mis dedos con los tuyos y agarro tu mano con fuerza, para que no te vayas nunca, nunca más, pero te escapas, es como si no quisieras estar aquí.
De pronto y como si metieran un chip en mi cabeza, veo imágenes tuyas, de hace tan sólo veinte minutos.
Te veo.
Dejas a tus compañeros y te metes en el coche.
A continuación empiezas a conducir lentamente.
Hay mucho atasco por la lluvia. Miras el reloj una y otra vez y te maldices por que llegarás tarde.
Te enciendes un cigarro para tratar de calmarte.
Los coches se mueven de nuevo.
De repente, un destello de luz te ciega; abres la boca y dejas caer el pitillo encendido en el asiento entre tus piernas. No te da tiempo a moverte, estás paralizado por el miedo cuando otro coche derrapa y te lleva por delante.
Las lágrimas comienzan a caer sin descanso por mi rostro. No es que no quisieras venir, es que ni siquiera te había dado tiempo a doblar la esquina.
Un nudo en mi garganta me impide respirar. Siento mareos y al instante tengo ganas de vomitar.
Me arrodillo en el suelo mojado, escondiendo mi cara entre las manos, sollozando audiblemente.
La gente pasa a mi alrededor; se quedan mirando, pero nadie se para a ver que es lo que ocurre.
Grito desgarradoramente, entre las gotas de lluvia, mientras levanto la cabeza poco a poco, para que el agua caiga en mi cara y así intentar despejarme, aunque sé que es imposible.
-No quiero que estés así. Precisamente he venido a decirte que me alegro de haberte conocido, me alegro de que hayamos compartido juntos unos escasos momentos de tu vida, y las últimas horas de mi existencia.
Mis llantos se ahogan mientras veo tu figura arrodillada junto a mí en el suelo, mirándome a los ojos.
Posas tus manos obre mis rodillas y las acaricias suavemente; es débil, pero aún puedo sentir tu calor.
-No puedes hacerme esto, no puedes irte ahora. Tengo que preguntarte muchas cosas. Tengo que hacer muchas cosas contigo. Tengo una eternidad que contarte. No puedes irte todavía, si lo haces te odiaré hasta que me muera, te lo juro - dije rencorosa.
-¿Crees que yo querría irme? Claro que no, pero es lo que toca.
-No puedes hacerme esto, no te lo permito – le dije enfadada.
-Lo siento – se quedó pensativo - Lo que no entiendo es por qué significo tanto para ti, si apenas me conoces y yo no te conozco.
-No lo sé. Lo único que entiendo es que te necesito ahora. Si te vas me quedaré sola y no sabré que hacer.
-Claro que sabrás que hacer, ¡eres fuerte! – exclamó - Y, de todas maneras, no estarás sola. Yo estaré contigo, siempre. Cuando te sientas mal, cuando pienses que, como ahora, todo se ha acabado, mira a tu alrededor, que aunque no me veas, estaré, me sentirás contigo. Siempre.
Y se marchó sin decir adiós.
Lo único que sé es que es cierto.
No sé cómo, pero cuando estoy mal, una brisa de aire roza mi cara y susurra mi nombre, y en esa voz, puedo distinguir a esa persona que me robó los mejores momentos que he vivido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario