miércoles, 7 de enero de 2009

Walk away

La canción "Walk away" de Aloha from hell me inspiró para escribir esto.


No había pegado ojo en toda la noche desde nuestra conversación y desde que te marchaste al cuarto de al lado.
La luz de la mañana entra en la habitación a través de los ventanales.
Las largas cortinas se mueven delicadamente, las observo mientras pienso en todas esas cosa que te dije.
Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar cómo empalidecías poco a poco, con cada palabra que salía de mi boca.
Sé que hice mal, que no debí dejarte que pensaras de mí de manera equivocada, pero eras feliz, estabas feliz, después de tanto tiempo, sonreías, no me veía capaz de quitarte esa ilusión, aunque sabía que, a la larga, sería peor.

Una gruesa y silenciosa lágrima cae por mi rostro, pero la seco nada más desprenderse de mis pestañas. No puedo ser débil ahora. Ahora que al fin todo te lo dejé claro, no puedo rendirme.
No sabes el daño que me hace haberte causado tanta desgracia en tan poco tiempo, te dije que te quería aunque no lo sintiera así, sé que fue un error, un error que ahora estoy pagando, aunque ni siquiera lo sabes.
Me invade la tristeza al recordar tu hermosa cara contraerse por el dolor otra vez, tus claros ojos azules enrojecerse de nuevo.
El pensar que antes, yo era la que evitaba todo esto y ahora lo estoy causando, es lo que no me deja vivir.

Durante tres meses viví engañándote y engañándome a mi misma.
Siempre albergaba la esperanza de que tarde o temprano te querría, pero no, jamás pude pensar en ti como eso, aunque a ti te lo hice creer.

Me levanto de la cama y me dirijo al baño contiguo directamente para darme una ducha bien fría.
El avión sale en tres horas y debo estar dos horas antes en el aeropuerto, y aún no he terminado de recoger mis cosas.
Tras la ducha, me vestí y me dispuse a recoger las cosas que quedaban desperdigadas por el cuatro de baño para cerrar definitivamente mi maleta.
A los quince minutos abrí lentamente la puerta del dormitorio para evitar despertarte, aunque supuse que habrías dormido lo mismo o menos que yo.

Durante una fracción de segundo me planteé llamar a tu puerta para decirte adiós, pero después de lo que te había hecho, decidí que sería mejor dejarlo estar, ya llamaría cuando se me calmara el coco.

Bajé silenciosamente las escaleras de la casa, con la pesada maleta al hombro. Fui hasta la puerta para dejar en la entrada mi equipaje y me dirigí a la cocina con intención de coger una manzana para comérmela en el taxi. Las lágrimas volvían a mis ojos, me escocían aunque no hacía más que restregar mis dañados ojos por el esfuerzo de mantener las lágrimas dentro de mí el mayor tiempo posible.

Una vez más, tu presencia desbarató mis ideas e hizo que olvidara para que había ido a la cocina.
Estabas en la mesa, se encontraba en medio de la amplia estancia. Te encontrabas sentado de espaldas a mí, pero sabías que estaba, pues te pusiste rígido cuando oíste cómo se agitó mi respiración al encontrarte allí.
Intenté mantener la poca dignidad que me quedaba y me encaminé hacia el frutero, que reposaba delante de ti, sobre la mesa.
Dando lentos y dubitativos pasos me situé detrás de ti; tuve el impulso de acariciarte el cuello, como tantas otras veces, como cuando te calmaba, pero no me veía capaz del todo, además sería peor, después de lo que había hecho debía mantener las distancias.

Rodeé la mesa y me puse delante de ti, sin atreverme a mirarte a la cara. Agarré una manzana con la mano y con paso ligero salí de la habitación.

Ya en la puerta, me abroché el abrigo, puse una mano en el pomo de la puerta y, cuando me disponía a agarrar con la otra mano el asa de mi maleta, tus dedos se amarraron con dulzura a mi muñeca y con un gesto, me obligaste a mirarte a la cara y lo que vi me destrozó por completo.
En tu rostro no había ni rastro del chico que conocí hacía tanto tiempo.
Tu cara estaba contraída de dolor, tus ojos habían perdido el brillo que habían tenido apenas doce horas antes, tus labios estaban apretados formando una fina línea.
Con un hilo de voz susurraste.

-Por favor, tú no.. – tu voz se resquebrajó por completo y las lágrimas surcaban a sus anchas por tu cara.
-Lo siento David, lo siento mucho. No puedo engañarte más. Lo siento.

Me solté de tu mano y agarré mi pesada bolsa. Abrí la puerta de la calle. El frío viento de invierno me golpeó en la cara, pero le hice frente. Salí con paso decidido, intentando no derramar ni una sola lágrima delante de ti.
Tus palabras me helaron.

-Te quiero – susurrase de nuevo y, con un portazo, volviste dentro de la casa.

En ese momento me derrumbé del todo. Comencé a llorar sin descanso, controlando mis sollozos, intentando que no llegaran a tus oídos.

-Yo también.

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