No tienes ni idea de lo que sentí cuando reaccioné y te vi. No sabes las cosas, los pensamientos, las ideas, los sueños, que pasaban por mi cabeza cuando corría detrás de ti, persiguiéndote como una loca para lograr mi fin. Ni te imaginas como tenía las pulsaciones y la respiración cuando te paraste delante de mí haciendo nada. No piensas en lo importante que fue para mí ese momento en que, de repente, todo era perfecto. Tu agradecimiento, tu sonrisa, tu mano sobre la mía y sobretodo tu abrazo es lo más bonito, limpio y simple que en mi vida había sentido sobre mi piel.
Si te digo la verdad, no sé si lo que me contaste es cierto, y puede ser que, cuando llegues a tu casa lo olvides metido en un armario, pero para mi, tus palabras, tus gestos y los interminables minutos que estuviste rodeándome fueron un mundo, y te aseguro que jamás, en mi vida, nunca, podría olvidarlo.
Y es que no te haces a la idea de lo que significa el que, después de todo, de las decepciones, la rabia y las interminables esperas que han marcado mi adolescencia, de repente, y cuando creí que todo sería un asco, llegaste tú a arreglarlo todo, a recomponer los trozos desgastados de mi corazón, a construir una sonrisa en mi rostro, a levantar de nuevo una luz intensa en mi día a día.
Es un sentimiento precioso el que alguien te agradezca todo lo que haces por él o ella, y siempre había pensado que para mí ese momento no iba a llegar nunca, por que, realmente, no sabía si lo merecía; ahora sé que sí, ahora sé que, tarde o temprano te devuelven poco a poco todo lo que has entregado, y aunque no sea comparable con lo que tú has dado, siempre es algo más que si no recibieras nada a cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario