domingo, 11 de octubre de 2009

12.11.09

Aún no podía entender por qué significaba tanto para ella si ni siquiera me conocía. No tenía ni idea de por qué se preocupaba tanto por mí, y por qué ofrecía tanto sin pedir nada a cambio.
Nunca le pregunté por qué, pues el simple hecho de ver que en su cara nacía una sonrisa nada más dirigirme a ella, ver como sus ojos brillaban de alegría cuando me acercaba a saludarla, me cegaba de tal manera que se me borraba de la mente cualquier pregunta. Ella era feliz, y para mí eso era más que suficiente.

Me costó comprenderlo mucho tiempo, muchos meses detrás de nosotros; la veía casi cada día, después de cada concierto, y a fuerza de aquello nos hicimos amigos, hablábamos mucho, pero de cosas mundanas, por lo que un día que no tenía nada que hacer me lancé a preguntarle si le apetecía salir, pasar el día juntos, por ahí, para conocernos mejor, después de todo, nos veíamos constantemente.
Así que quedamos en Leicester Square, a las puertas del cine Odeón por la mañana temprano.
Fuimos a Covent Garden, pues me dijo que estaba enamorada de ese mercado, y mientras recorríamos todas y cada una de las tiendas que allí hay, me obligó a contarle cosas de mi vida. Como es mi día a día, conociendo gente a todas horas, con personas que intentan meterse en tus asuntos cada hora, y que inventan lo que sientes y piensas.
Pero a pesar de eso, tu vida mola, ¿no? Te dedicas a lo que más amas en el mundo, y la satisfacción de ver feliz a la gente con lo que hacer es muy reconfortante.
Tras aquello lo único que pude hacer fue sonreír. Tenía razón, aunque hubiera mañanas en las que me levantara con ganas de mandarlo todo a tomar por saco, el ver que gente como ella disfrutaba tanto con tan poco, me hacía ver las cosas distintas.

Y mientras comíamos no me quitaba los ojos de encima, estaba asombrada con cada cosa que la contaba: anécdotas de gira, chistes, vídeos cachondos, fiestas interminables, borracheras infinitas,.. de echo, creo que lo único que se oía en todo el restaurante era su escandalosa risa, que a pesar de lo incómodo que pidiera resultar para los demás, para mí era una manera de evadirme de todo lo que había a mi alrededor.
Tras la comida, las compras y mientras andábamos hacia Regent Street, me di cuenta de que el único que había hablado en todo el día había sido yo, y pensé que ya era hora de que ella contara algo, así que se lo dije en el primer momento en que se hizo el silencio entre los dos.
Me dijo que lo que más le gustaba en el mundo era la música y la lectura, que sus grupos favoritos iban desde los Beatles a Metallica, pasando por Pink Floyd e incluso Madonna; que le gustaría viajar a la India y que su comida favorita es el sushi. Me contó que la cuidad donde había estado que más le gustó fue Ámsterdam, y que los museos y salas de arte de París la volvían loca. Dijo que las tiendas vintage le encantaban, y que se podía tirar horas viendo desfiles de moda sin hartarse jamás.
La verdad es que me enamoré de su forma de ser, de su filosofía de la vida y me hizo pensar en cosas que nunca me había planteado.
Pero tiene que haber algo que ames por encima de todo, algo sin lo que no puedas vivir, algo que sea crucial para ti, le dije cuando volvió a quedarse callada.
Sí, claro que hay algo, contestó. Sus pasos se ralentizaron.
¡¡Cuéntamelo!! Dije, y comencé a dar estúpidos saltitos de emoción para que se lanzara a hablar.
Tú, dijo con un tono de voz sombrío. Tú eres aquello con lo que sueño, lo que me inspira, lo que me arranca una sonrisa cuando estoy triste. Me enamoré de ti la primera vez que te ví, la forma de la que te has portado siempre conmigo me enloquece, y te quiero más que a nada en el mundo, pero no amor del que tú piensas, si no amor de admiración.

Después de oír eso no pude reaccionar. Sin darnos cuenta, nos habíamos quedado parados en medio de la calle, y mientras ella hablaba, mi cara de asombro se hacía más y más grande.

Cuando acabó de hablar parecía que se hubiera quitado un enorme peso de encima, como si todo lo que me acababa de contar hubiera querido hacerlo hace mucho.
Me dí cuenta de que mi cara debía de ser de subnormal profundo, por que de repente, rompió a reír. Reaccioné lentamente, carraspeé, me froté los ojos con el dorso de una mano y fijé mi mirada en sus ojos.
Ya había dejado de reírse para, simplemente, sonreír, mirándome, son esas luces en sus ojos de nuevo.

Oye, con todo esto no quiero que pienses que soy una loca histérica o algo parecido. La verdad es que no sé ni por qué te lo he dicho, ahora estamos incómodos los dos.
No te preocupes, fui yo el que pregunté, ahora no me puedo quejar por que me hayas dado la respuesta.

Sonreí. La verdad es que hacía tiempo que no me sentía tan a gusto con alguien a quien acababa de conocer realmente.
Retomamos el camino, y mientras andábamos, coloqué mi brazo sobre sus hombros, achuchándola un poco contra mí. Noté su risa nerviosa mientras torcía la cabeza hacia mi pecho y volví a sonreír.
¿Puedo seguir contándote cosas? Preguntó levantando la mirada. Pero no quiero ser pesada ¿eh?
¡¡Sí, cuéntame!!

Y eso hizo.
Desde aquel día no se separa de mí. Me ayuda a tener los pies en la tierra, me informa sobre lo que pasa a mi alrededor y no llego a ver, me entiende, me apoya, y sobre todo, me ayuda a sentirme útil en algo más que con mi trabajo y cosas cruciales de mi día a día.





Lo único que puedo decir ya es: GRACIAS.

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