Gritos. Desesperación. Y más gritos desesperados. Y yo en medio, sin saber cómo he llegado ahí.
Comienzo a recordar lo ocurrido tres o cuatro días antes:
“Vienen a Madrid. No me dejan ir” “Tranqui, no te preocupes. Aquí estoy yo, iré a verles”. Sí, por ti.
Después de tantas cosas que has hecho por mí, no podía negarme a algo tan insignificante, además al lado de casa, no sería ni una molestia, únicamente para agradecerte todo lo que haces por mí. Vivo para intentar secar todas esas lágrimas que derramas y si esta es una forma de verte algo feliz ¿cómo podría negarme?
Vuelvo a la realidad, esto es, 500 personas a mi alrededor, mis compañeras perdidas, yo sola en todo el embrollo ¿por qué? Por intentar que sonrías una vez más.
Estoy relajada, total, para mí lo que estoy haciendo es lo más normal del mundo, mi vida se basa en eso, en los apretujones, en no dormir, no comer, no ir al baño durante horas y horas, pero me doy cuenta de que gente que está a mi alrededor no saben sobrevivir a esto, nunca han hecho algo así, al contrario que yo, que, por decirlo de alguna manera, estoy entrenada en ello, es mi vida.
Y de nuevo mi mente se nubla retrocede.
27 de Junio de 2008. Barcelona.
Estuve mejor, podía respirar al menos, que ya es algo más de lo que puedo hacer aquí, y podía salir, y andar; comer, y beber; tumbarme al sol… todo muchísimo más controlado.
El grito histérico y dolorido de una chiquilla de unos 12 años me devuelve al presente.
“¡Me muero!”, el momento en que más miedo he tenido de las cuatro horas allí.
Que triste, cuatro horas, cuatro putas horas, ¿para qué? las niñas gritan histéricas, no callan, no comprenden que, con su pésima actitud y su comportamiento incorregible estropean el rato y la espera a las demás.
La niña, al fin ha podido salir. Al fin, otro desmayo más y la que sale con los pies por delante soy yo.
Tercera salida estelar y nosotras, fuera del barullo de gete ya, vemos como, con la tranquilidad con la que siempre les he caracterizado se marchan de nuevo.
“La tercera es la vencida” comenta abatida una de mis acompañantes; y sí, la tercera y la última vez que salieron.
Acobardada, impotente, llena de frustración, rabia y desolación me derrumbo sobre otra de mis conocidas.
Las lágrimas surcan por mis mejillas a sus anchas, me da igual todo total, por llorar una vez más… solo que esta vez es distinta, no es mi disfrute ni mi alegría personal lo que está en juego, sino la felicidad de una de las pocas personas importantes que tengo.
Por eso lloro, por no poder dar una mísera parte de lo que me regala.
Te juro que hice lo posible, lo que estuvo en mi mano, te lo juro, pero como siempre, nunca es suficiente.
No me he arrepentido nunca tanto de que algo me salga mal.